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¿Solidaridad chilena?

Los chilenos nos jactamos de ser solidarios ¿Será cierta tanta maravilla sobre este pueblo del fin del mundo?

Los chilenos nos jactamos de ser solidarios. De que no hay nadie más bondadoso que nosotros. Que damos el vuelto en el hipermercado para alguna institución de caridad y que año a año nos unimos para cumplir con el delirio bendito de don Francisco que es la teletón. Solemos decir que recibimos mejor que nadie al extranjero, que abrimos las puertas de nuestras casas al vecino que sufre, que damos limosna al señor con elefantiasis y también a la viejita de la misma esquina de siempre.

Nuestra conciencia colectiva tiene como dogma que somos generosos, hospitalarios y que los dolores ajenos los tomamos como propios. ¿Será cierta tanta maravilla sobre este pueblo del fin del mundo?

Hace un par de meses un joven tranquilo, estudioso, buena persona, caminaba en la madrugada por una calle de Las Condes. Como era un poco tímido, no tenía gran panorama para hacer e intentaba buscar algún carrete antes de ir a dormirse. Los sueños de Sergio Aguayo se truncaron cuando se topó con un lote de chiquillos que venían “arriba de la pelota”; pero como cualquier hijo de vecino de esa comuna, supuestamente tenían educación…. Bastó para que el joven Sergio se acercara a ellos, quizás buscando un poco de amistad, para que no sólo lo golpearan fuerte, lo arrojaran al piso, lo insultaran y lo humillaran, sino que estos jóvenes que perfectamente podrían haber sido su pariente o que en Facebook tendrían más que un amigo en común le acuchillaran, literalmente, la cabeza.

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Ok. Esto sucede en todas partes: la juventud esá descarriada. No hay que andar solo a esas horas de la noche y el alcohol y las drogas sacan lo peor de nosotros mismos.

El caso, es que el joven no murió inmediatamente, eso es lo trágico. En una de las avenidas más importantes del sector oriente de la capital estaba su cuerpo desangrándose, pero conciente. No pasaron una ni dos horas antes de que alguien lo ayudaran. Pasaron lentas y letales horas que de a poco fueron deteroriándolo, que fueron la razón que más tarde no sobreviviera. Pero lo peor, es que también pasaron muchas personas que al ver a este joven ensangrentado en el suelo, no hicieron nada. Quizás por temor, quizás por apatía, quizás por egoísmo. Lo cierto es que Sergio se moría ahí mismo, en la calle a vista de un montón de transeúntes y nadie hizo nada.

Si es que alguna mano generosa, “solidaria” como somos los chilenos se hubiese detenido a mirar la tragedia, y hubiese visto más que a un indigente alcohólico, este joven probablemente estaría vivo. Si bien la mano asesina gatilló la desgracia, fuimos nosotros los que lo dejamos morir.

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