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Mi primer safari

Mª Gracia y su experiencia en la sabana Sudafricana.

Qué rápido desaparecen los recuerdos. Hace solo 4 meses que estuve en Mala Mala, una de las reservas privadas más grande del mundo ubicada en la frontera occidental del Parque Kruger en Sudáfrica, donde tuve mi primera experiencia con los safaris, y me cuesta demasiado ordenar el mapa de mi memoria. Sólo quedan sensaciones que navegan por mi cabeza y se atraviesan cual estrellas fugaces que no puedo asir, ni menos estructurar.

Como escribe Virginia Woolf en su libro Momentos de Vida: “Estos son algunos de mis primeros recuerdos. Pero claro está que en cuanto a relato de mi vida resultan engañosos, porque las cosas que no se recuerdan son igualmente importantes, quizás son más importantes. Si pudiera recordar un día entero podría describir, al menos superficialmente, como era la vida cuando era niña. Desgraciadamente solo se recuerda lo excepcional. Y al parecer no hay razón alguna por la que una cosa sea excepcional y otra no lo sea.”

El problema es que en este momento, sin revisar mis apuntes, ni recurrir a los álbumes de fotos, no recuerdo ni lo excepcional, ni lo otro. Y ese es mi gran temor, olvidar, por eso fotografío y escribo para así volver a sentir la emoción de esos momentos, emoción que en el mismo instante que pisaba esas tierras erizaba mi piel, ahogaba mi garganta e inundaba mis ojos de lágrimas. De esa manera me recibió la sabana africana.

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No podía creer estar viviendo eso que tantas veces había visto en televisión, algo, que viviendo en Chile, suena tan lejano e inalcanzable.

La llegada del avión South African Airways a la pista de aterrizaje fue bastante brusca, por lo tanto nos bajamos en un estado de alerta y sobreexcitación.

Era 3 de Octubre a la hora de almuerzo y nos esperaba un Jeep del Hotel Mala Mala Main Camp, una de los más famosos para avistamiento de animales o Game Viewing.

El aire seco, los suelos arenosos, la vegetación tan característica y el calor intensificaban todas las sensaciones y esa enorme emoción que estábamos sintiendo, nos mirábamos fascinados sabiendo que seríamos cómplices por siempre de tan desconocida y maravillosa aventura.

Nos dieron una cordial bienvenida con toallas húmedas muy heladas y jugos de frutas exóticas que te sirven cada vez que pisas un hotel o reserva en África para luego dictarnos una cantidad de reglas impresionantes. Jamás puedes olvidar que eres un invitado a esta fiesta y los dueños de casa son los animales. Esa es la ley.

Lo primero que te dicen es que no camines solo de noche, apenas empieza a esconderse el sol los guías te llevan o te van a buscar a tu pieza. No molestar a los animales. Cuando sales de safari no debes levantarte del Jeep porque los animales tienen internalizada la forma del auto con gente sentada, si te paras podrían asustarse y arrancar (lo que yo olvidaba bastante a menudo en la excitación del registro) y evidentemente no puedes bajarte nunca del auto.

En cada cabaña te dejan un repelente para el cuerpo y un spray para la pieza (los que vaciaba de una apretada), además de tener mosquiteros o mosquito nets en cada cama. En los campamentos que no había teléfono te entregaban una especie de corneta en caso de apuro. Debes ser muy cuidadoso al abrir las ventanas de tu habitación y salir a la terraza, podría aparecer un león u otro predador. Si te encuentras de sorpresa con algún animal lo último que debes hacer es correr porque te conviertes de inmediato en su presa.

La verdad que con tanta indicación, desconocimiento y terror a que nos picara algún bicho las impresiones iniciales son confusas.

Antes de viajar nos pusimos la vacuna contra de la fiebre amarilla y empezamos a tomar Malarone, pastillas contra la malaria, un día antes de entrar a las zonas de peligro y lo dejamos una semana después de abandonarla. También me puse las vacunas contra la Hepatitis A y B y la de la fiebre tifoidea.

No es llegar y partir.

Por suerte todo lo malo se olvida cuando cierras la puerta de tu habitación y te encuentras de frente con los más variados tipos de antílopes que rodean el hotel, Impalas o también llamados Mc Donalds por la M que forman entre sus patas traseras y su cola, Nyalas, Bushbucks, Kudus y otros y cuaderno en mano vas haciendo checks a los que reconoces. La libreta que te entregan tiene mamíferos, pájaros, árboles, reptiles y ranas.

El río Sand bordea nuestro lodge por lo que una gran cantidad de animales y pájaros circundan el lugar.

Nuestro primer safari fue ese mismo día después de haber almorzado con Donald, nuestro buen mozo ranger asignado. Por lo general un día en estos lugares empieza muy temprano y se hacen dos salidas de excursión. Te golpean la puerta o te llaman por teléfono desde la recepción a las 5:30 porque lo óptimo es estar mirando animales lo más temprano posible y hasta las 10:30 que empieza el calor más intenso. Antes de la primera salida solo comes algo liviano y a la vuelta, después de tanta agitación que desata un hambre oceánica, encuentras todas las delicias que quieras. Ahí dispones de tu tiempo como te parezca; hay piscina, lectura, Internet y la mejor de las opciones, tu cama. Se almuerza temprano y a las 15:30 se sirve té (Rooibos, mi favorito) o café y se sale nuevamente de expedición.

Nuestro guapísimo hombre cargó la escopeta y subió coolers y mantas al Jeep. Nosotros atónitos mirábamos el arma e imaginábamos los peligros que se avecinaban; nada pasó.

Lo primero que vimos fueron mandriles o baboons, poco interesante ya que en Cuidad del Cabo había muchos y no eran nada simpáticos, luego más antílopes hasta que de repente suena la radio que han localizado un leopardo muy cerca de donde estábamos. Rajados en nuestro Land Rover, haciendo verdadero rally, nos encontramos de frente con ella, una espléndida felina con el pelaje más hermoso que haya visto que nos miraba sin inquietud alguna, pensé que moría de felicidad, no tenía más manos para seguir disparando mi cámara. Estuvimos mucho rato observando sus movimientos y siguiendo sus pasos hasta que la perdimos “in the bush”, como se le llama al paisaje.

Hay un reglamento también para los guías. Si se encuentran con alguno de los “Big Five” o cinco grandes (leopardo, león, búfalo, elefante y rinoceronte) deben avisar a los otros, sin embargo el primero que lo ve tiene preferencia para seguirlo y quedarse más tiempo. No pueden haber más de tres autos mirando a un animal.

Y la vida nos tenía preparada otra gran sorpresa. Nos avisan ahora que han visto un león apareándose. Llegamos a su lado y pudimos vigilarlos durante una hora o más, el espectáculo era de una belleza excepcional. Cada diez minutos buscaba a la leona y la montaba acariciándole con el hocico el cuello. Para morir de lindo. De mil veces que se cruzan solo una la deja preñada, la pobre estaba realmente exhausta.

Al atardecer descansamos en este glorioso paisaje y aparecieron mesa, manteles, copas de vino, cervezas y un deliciosa aperitivo. Una vez que oscurece el safari continúa con unos focos gigantes que iluminan el camino y los animales que vamos encontrando.

Al día siguiente tuvimos más aventuras. Llevábamos un buen rato recorriendo silenciosos la zona, no habíamos tenido mucha suerte por lo que en un plano, donde teníamos muy buena visibilidad nuestro camarógrafo insistió en bajarse del jeep para hacer unas tomas desde tierra y así poder captarnos en acción. El guía aceptó porque al ser un terreno abierto no había un real peligro. Hicimos varias pasadas hasta que Donald se pone blanco como el papel y nos explica en inglés que está mirando a un león que viene hacia nosotros que estamos al lado el río que bordea el camino.

Nuestro compañero estaba lejos y con audífonos, le hacíamos señas y él pensaba que lo saludábamos. A los pocos segundos nuestro pálido y demudado chofer se encontraba subiendo de un ala al hombre cámara. Él nunca se enteró de lo que pasaba, fuimos nosotros los que casi perdimos el corazón del puro susto.

Así, con ese nivel de excitación, estuvimos por tres días… Los más intensos de mi vida.

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