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Trabajando con mujeres

¿Es complicado para los hombres? Para Álvaro no.

El lugar común, el machismo, o simplemente la tontera de muchos han contribuido a esparcir el mito con respecto a que para los hombres es complicado trabajar con mujeres. Según estas iluminadas creencias, no importará si las damas son jefas, pares o subalternas, porque siempre esto se traducirá en algo complicado para la salud laboral –e incluso mental- de los varones.

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La verdad es que uno podría, y solo podría, llegar a entender estas reflexiones de cavernícola si vinieran sólo de nuestros padres o abuelos; muchos de los cuales jamás tuvieron relaciones paritarias con las mujeres (ni si quiera en la casa) y, además, fueron criados por madres que de alguna manera alimentaban estas reflexiones.

Sin embargo, seguir escuchando en pleno siglo veintiuno frases como “tengo una compañera de trabajo que cuando está con la regla es insoportable” o “yo no puedo trabajar con minas”, es simplemente inconcebible. Más aún cuando se supone que quienes las dicen (hombres menores de cuarenta años, con educación universitaria y casados o emparejados con mujeres profesionales) son parte de las esferas más progresistas del país.

Sin tener estudios ni encuestas a mano para refutar estas frases tan desagradables y que de tanto en tanto escucho por ahí, no me queda otra cosa que echar mano a mi experiencia personal. Así, puedo contar que mi primera jefa en el área de producción de un departamento de prensa fue una mujer, la que tenía su genio -como todo el mundo- pero que jamás actuó impulsada por su género, sino por motivos profesionales.

Era fregada e impredecible, recuerdo, pero nunca diría que era así por el hecho de ser mujer. Por otra parte, recuerdo que la jefa máxima de ese departamento de prensa era también mujer. Bueno, de ella se decían muchas cosas. Que tenía mal genio, que le gritaba a los practicantes, que tenía amistades influyentes… pero nadie decía que hacía tal o cual cosa por el solo hecho de ser mujer. Y ojo, que enemigos y muertos que había dejado en el camino tenía bastantes. ¿Qué pasaba entonces con estas dos jefas? Nada, simplemente que hacían su pega como cualquier hombre y mujer lo haría, con sus aciertos y errores.

Años después, ya en el siglo veintiuno, me tocó trabajar en la redacción de un semanario con cinco colegas mujeres. Muchas veces, amigos que me pasaban a buscar para ir a tomar algo se sorprendían por descubrir que era el único hombre en esa sección y me preguntaban cómo lo hacía para soportar semejante ambiente. Lo cierto es que la pregunta, además de tonta, no tenía asidero alguno; porque en todo ese tiempo trabajando con las colegas jamás tuve un problema que pudiera haberse ocasionado porque ellas eran mujeres. Todo lo contrario, cuando llegué a esa oficina ellas ya trabajaban ahí y varias venían juntas desde la universidad. Aún así, desde el primer día me sentí acogido y trabajamos codo a codo en innumerables notas, pautas, números especiales y entrevistas.

Ahora, si me pidieran comentar alguna peculiaridad de estas colegas con las que compartí casi un lustro, permítanme decirles que siempre admiré –hasta ahora- su energía para compatibilizar su vida laboral con su casa. Porque varias de ellas tenían hijos y los criaban sin ayuda masculina. Aún así, llegaban incluso antes que yo a la oficina y nunca dejaban botados sus cierres o coberturas porque alguno de sus críos estuviera enfermo. Y qué decir cuando decidíamos terminar la jornada laboral en algún bar cercano, eran las más entusiastas. La verdad es que algunas veces a mí hasta se me olvidaba que mis colegas eran mujeres, y a ellas les sucedía lo mismo conmigo. De hecho, en más de una ocasión, una colega comenzó a mostrar en plena redacción unos calzones sexys que había comprado para sorprender esa noche a un nuevo amigo, o alguna vez tuve que almorzar escuchando comentarios en torno a píldoras anticonceptivas y dispositivos intrauterinos. En esos casos, debo reconocer, quedaba en evidencia que éramos distintos. Pero a la hora de trabajar y poner el hombro nunca noté diferencia alguna. Nunca.

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