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¿Dónde están los monstruos?

Mª José nos cuenta sobre sus lecturas junto a su hijo.

Es tarde. Demasiado tarde, al menos para un niño. 10 pm. Mi hijo mira alrededor de la pieza algo perplejo. Con su voz trémula susurra en la penumbra: ¿Y dónde están los monstruos?

Yo y mi hijo tenemos un rito. Antes de dormirnos, nos acostamos en la cama y vemos un libro. Digo “vemos” porque todavía no está en la edad de concentrarse en la lectura de un cuento. Los libros que vemos son los llamados libros-álbumes; publicaciones a todo color, con grandes ilustraciones y poco texto que se hojean como si fueran álbumes.
“Se fueron a dormir”, le digo, “mañana vuelven, cuando volvamos a abrir el libro”.

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El libro no es otro que el clásico Where the wild thing are (“Donde viven los monstruos”) de Maurice Sendack, la historia de Max, un chico que escapa de la realidad –de la suya: la casa de los suburbios de los 60s, una madre que lo semi quiere y entiende a la distancia-e imagina que su pieza es un lugar salvaje donde habitan monstruos tan raros como queribles. Max se siente más cómodo y feliz entre esos monstruos que rodeado de seres humanos. Max no lo sabe, pero lo intuye: el mundo real es agrio, la fantasía (y el arte) será su vía de escape.

Este libro-álbum editado en los 60s y adaptado al cine por Spinke Jonze, relanzó todo un boom de los libro-álbumes. Quizás los más célebres actualmente, sean los de Anthony Browne, verdaderos objetos de colección, editados por el Fondo de Cultura Económica. Algunos imperdibles: El túnel, Gorila, El libro del osito y toda la serie de presentación familiar “Mi hermano, “Mi mamá”, “Mi papá”.

El lenguaje visual de Browne, casi fotográfico y a la vez surrealista, trascienden las palabras de la historia, la llevan a una nueva dimensión, lo cual crea aun efecto literario en el niño que posiblemente lo acompane toda suvida: a completar por sí mismo la ficción. Palabra e imágenes son complementarias –y no mera representación lo cual además crea un sinúmero de subtextos que hace que cada lectura sea distinta.

Las historias, a su vez, resuenan muy contemporánea y cercanas, libres de esos clichés de algunos clásicos infantiles donde la vida parece de color pasteles. Un ejemplo de cómo Browne retrata al papá:

“Haga memoria, regrésese como a eso de los 3 o 5 años y recuerde a quién tenía por todopoderoso en su cabeza. Seguramente vendrá su papá, o la figura que le corresponde. Es probable que también recuerde la entonación especial que usaba para decir mi papá. Yo lo recuerdo. Recuerdo como era de dichosa viviendo con el mejor superhéroe.”

Y hablando de padres, muchos recurren a la lectura infantil como soporífero para inducir al sueño a su hijo, pero pocos imaginan el beneficio que le están dando al leer, aunque sea unas líneas. Leer, como diría mi amigo Fuguet, te ayuda a ser mejor persona, a sentirte menos solo, a ver donde nadie ve. Si el hábito se adquiere desde chico, tienes parte de tu adultez ganada.

Los libros-álbumes–a diferencia de los monitos de la TV- no son ficción envasada. Son, si se quiere, materia imaginaria viva y orgánica, en composición, que se completa y sigue viviendo en la pequeña mente del lector. Existen tantas Caperucitas Rojas cuántos niños (Yo misma, hasta hoy día no tengo claro qué aspecto tiene, lo cual no deja de ser un lindo hoyo negro en un mundo plagado de imaginería pre-concebida y siglas de todo tipo).

Cuando apago la Tv mi hijo nunca me pregunta dónde se fueron los monitos. Cuando en cambio cierro “Dónde están los monstruos”, la experiencia vivida sigue intacta ahí, en su pieza y sus ojos buscan recuperarla en la oscuridad, sin saber que ya habitan su mente.

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