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Política y niños: no es una contradicción biológica

Hasta los niños de tres años tienen una opinión política.

Me crié escuchando hablar de Pinochet. No sólo “hablar”, me temo. Los agentes de la Dina siempre fueron seres malignos imaginarios que podían estar escondidos detrás de cualquier árbol. La política, o la conciencia política, se me forjó de manera natural desde que tengo memoria, y ahora que soy una adulta con la mente formada sólo puedo concluir que mi ideologización infantil no me trajo ningún daño cerebral.

Quizás fue más lo que escuché por azar que lo que me contaron (sobre todo sobre los horrores de la dictadura); pero mis padres también tuvieron la voluntad de educarme políticamente, llevándome por ejemplo a marchas feministas o anti-proliferación nuclear. Recuerdo haber tenido 11 años en los 80′ y haberme tirado en el suelo durante un minuto junto a un millar de gente que simulaba un desastre atómico.

Gracias a eso, cuando alguien levanta la voz en contra de la construcción de la termoeléctrica de Punta de Choro, los dedos de mi mano se mueven solos para difundir la alerta. Si Piñera canta la canción nacional vía telefónica con los mineros atrapados bajo tierra me cuesta sonreír ingenuamente. Me pasan, creo, menos gato por liebre que a alguien supuestamente apolítico.

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Dicho esto, no creo que hablar de política con un niño sea dañino. En verdad no creo que ninguna actividad intelectual lo sea para un niño; ni discutir sobre la creación del universo, repasar la Biblia, hojear libros de arte moderno, o conversar sobre la muerte. Llega una edad en que un chico siempre le preguntará a su padre si todos nos vamos a morir. En mi caso, la pregunta fue distinta o peor (¿Pinochet nos quiere matar?).

En lo que respecta a mi hijo de 3 años, quien recién comienza su largo viaje hacia su despertar intelectual, ayer, sufrió su primera arremetida en contra del sistema: golpeó el televisor cuando vio aparecer una chimenea de humo mientras le gritaba “tonta fea” y saltó de felicidad cuando aparecían unos lobos marinos en un roquerío. Sin saberlo e imitando mi reacción apasionada frente al tema, mi hijo estaba tomando partido en el caso de la construcción termoeléctrica de Punta de Choros. Sin saberlo, hizo política por primera vez en su vida.

Si bien aún es chico y cree que el mundo se divide entre los colores del lego, intenté explicarle algo que algún día descubrirá por sí mismo leyendo Moby Dick. Que los seres humanos siempre se han sentido superiores a los animales y a los demás seres de la tierra y no tienen escrúpulos cuando se trata de ponerles un pie encima. No sé si me entendió pero se lo dije igual. Qué horror hablarle de eso a un niño, dirán algunos, pero me da más miedo hacerle creer que vivimos en un bosque encantado, donde el sol calentará para siempre y los pajaritos cantarán todos los días.

Las efectivas y puntuales protestas en contra de la construcción de la termoeléctrica Barrancones que terminaron por dar marcha atrás al proyecto, fueron gestadas de manera espontánea y sorpresiva desde la web, y son un ejemplo de esa nueva forma de hacer política que nuestros hijos heredarán. Puede que The revolution will be not televised, pero estará ahí, al alcance de sus mouse, lo cual es una razón más que suficiente para celebrar, en compañía de los lobos de mar.

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