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¿Ir a un matrimonio sin pareja? Obvio que se puede

Al final de la noche nos damos cuenta de que fue lo mejor que pudimos hacer.

Esta época es tan de navidad como de matrimonios, a la gente le encanta casarse a fin de año, debe ser por el calor (claro, para los que estamos al sur del Ecuador). Una vez me tocó ir a un casamiento en invierno y la verdad es que no fue de los mejores, la fiesta estuvo espectacular, pero nos tocó lluvia toda la noche y con vestidos cortos la verdad es que se sufre. ¡Vivan los matris en verano! Pero ¿y si me toca ir sola? Mira estos consejos para pasarlo bien igual aunque estés soltera y sin acompañante.

Según una revista argentina, llega un momento de nuestra vida en que tenemos un matrimonio cada fin de semana y les creo. Suena a entretención máxima, igual son buenos los casamientos, el tema se complica cuando estamos solas en ese período: no podemos pedirle al mismo amigo de siempre que sea nuestro acompañante a cada evento, una porque tampoco se trata de abusar de su buena voluntad, el tipo igual quiere tener fin de semanas libres para él; y dos, aburre ir siempre con el mismo, al final la gente cree que sí tiene algo contigo si los ven siempre juntos.

A eso hay que sumarle el vestido: para nosotras es terrible repetirnos el vestido, no podemos usarlo dos veces si es que hay que gente que estará en más de una boda con nosotras, entonces, como decía la misma revista, nuestro presupuesto del mes se nos va en trajes de fiesta y regalos para celebrar el amor de otros y no es broma.

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La iglesia se podría decir que es la peor parte, porque nos damos cuenta de nuestra soledad en esa aburrida misa, vemos a nuestro al rededor parejas arreglándose entre ellas mientras nosotras tenemos una banca de madera gigante y vacía que parece eterna a nuestro lado. Estamos solas. Cuando se trata de un matrimonio de parientes el tema no es tan terrible, porque igual siempre hay tíos y primos para conversar, pero si es de amigos, uy.

Durante el cóctel nos tenemos que topar sí o sí con una amiga en común que tengamos con los que se casan, para no sentir la misma soledad que en la iglesia. Lo ideal sería que ella también vaya sola, pero generalmente hay solo una que va en solitario, nosotras. Entonces nos toca conversar con ella y su pareja mientras los dos coquetean con la mirada y nosotras desviamos la vista hacia otro lado para no incomodarlos a ellos y no sentirnos tan, tan ¡solas!

La cena es otro trámite duro de pasar, nos ponen en una mesa llena de parejas que conversan y se ríen, mientras nuestro cartel dice “sin acompañante” y encima pensamos que esas letras doradas lo hacen ver aún más grande y luminoso y que lo pueden ver todos los invitados a mil kilómetros de distancia. Ahí tenemos que tratar de sobrevivir a la típica pregunta de “¿viniste sola?” o “¿por qué viniste sola?” y nosotras debemos responder “es que no estoy con nadie en este momento” y seguimos comiendo. Para no hacer de nuestra soltería “un tema” cambiamos el rumbo de la conversación y por fin podemos liberarnos un poco de la presión social que significa ir sola a un matri.

De ahí para adelante nuestra confianza vuelve con todas sus fuerzas: si pudimos sobrevivir a la cena rodeada de amor, el baile y el ramo no son nada. Tenemos que estar dispuestas a romperla en la pista de baile, es nuestra oportunidad además para encontrar a ese otro que nos avisaron que también iba solo. Cuando llegan los lentos nos tenemos que hacer a un lado y darle paso otra vez al amor, pero cuando se terminan esas canciones volvemos a brillar y nos tiene que dar lo mismo si bailamos solas o en grupo o solo con mujeres, ¡qué importa! Lo estamos pasando increíble.

El ramo es “nuestro momento”. Es realmente la ocasión que tenemos y podemos protagonizar con propiedad: no estamos casadas y ni siquiera tenemos novio. No como las otras que están desesperadas porque sus acompañantes les pidan matrimonio ahí mismo. Para las solteras el ramo no es nada, a lo más significa que encontraremos a alguien. Tenemos que luchar por esas flores, porque nos las merecemos, porque hemos estado toda la noche sufriendo por nuestra soledad y porque es nuestra oportunidad de lucirnos en la velada.

El fin de la fiesta lo tenemos que enfrentar con la misma alegría con que recibimos el ramo, a esas alturas da lo mismo si fuiste sola o con alguien porque esos “alguien” están saltando como locos y transpirando desde el inicio del baile y ya no pescan a sus mujeres, solo bailan entre ellos más que borrachos y botando alcohol por todas partes. En ese momento decimos “qué bueno que no tengo que arrastrar al un bulto alcoholizado hasta mi casa a esta hora”. Incluso nos alegramos de haber ido solas y decimos “obvio que no iba a encontrar al príncipe azul acá, pero qué importa. Da lo mismo, los amigos del novio solo son buenos para saltar”, entonces es momento de agarrar nuestra cartera pequeña, el abrigo y pedir un taxi o manejar si es que estamos en condiciones. Así salimos absolutamente dignas y libres de cargas (hombres).

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