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Mi primera vez…en avión

Un viaje de ensueño.

Siempre me ponía a imaginar caminando por la calles de otro país, conociendo gente y -quién sabe viviendo- experiencias inolvidables. Y ocurrió lo inesperado. Una ejecutiva de Royal Holiday me llamó para invitarme a un viaje de ensueño por Río de Janeiro -mientras escribo este artículo me inspiro con el mejor Bossa Nova de Stan Getz y Joao Gilberto- que incluía de todo, incluso aquello, ¡No es broma! Pero entre el itinerario estaba un paseo a unas islas paradisíacas, subir hasta la punta del Pan de Azúcar y comer hasta reventar en los mejores restaurantes de la ciudad. Quedé para dentro cuando revisé de qué se trataba y pensé que por fin mi sueño se haría realidad, y al el mejor destino que jamás pensé, Brasil.

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Conforme pasaban los días mis nervios se acrecentaban, es que sólo pensar en el despegue me hacía temblar. Pensaba en lo hermoso que se verían las ciudades sobrevoladas, en la rapidez de avión -había leído que podían alcanzar 900 kilómetros por hora, una locura-, los mareos, el servicio, los baños pequeñitos y todas esas cosas que había visto en las películas. Me sentía como una niña de cinco años preparándose para su primer día de clases.

Cuando por fin llegó el día, la verdad es que mi estómago estuvo apretado durante toda la tarde del día anterior, porque mi vuelo salía a las siete de la mañana. Además, estuve dos semanas escuchando sólo bossa nova, me imaginaba caminando por las calles donde Preta de Souza, la protagonista de la teleserie “El color del pecado”, caminaba con su hijo Raí o conocer una belleza como Edu, de “Lazos de Familia”.

En la noche previa, me tomé una cerveza, mi papá y hermana se fueron a quedar a mi departamento y todos juntos conversamos sobre lo que sería y los sueños que todos tenían puestos en mí. Ninguno de los que me acompañaba había tenido la experiencia que yo viviría en un par de horas.

A la mañana siguiente me levanté a las cinco. Tenía todo listo y sólo esperaba que me pasaran a buscar. Una hora después un radio taxi estaba aparcado afuera del edificio. Mis nervios crecían más a cada momento. En el asiento trasero del auto venían, medio dormidos, dos chicos con los que viajaría a Río. Tiré una “talla” (broma) inmediatamente para cortar la tensión, todos rieron y ya estábamos en sintonía.

En el aeropuerto conocí a las otras cuatro personas con las que viviríamos esta hermosa experiencia de viajar a la ciudad carioca. Era pura gente linda, simpática y desenrollada con la que de seguro tendríamos muchas historias que contar a nuestros amigos y parejas a la vuelta.

Cuando llegó el momento del embarque, me hice la valiente, tomé todas mis cosas y pasamos, un rato en el Starbucks y luego debíamos abordar nuestro vuelo. Ya ubicada en mi asiento, con el cinturón más apretado que el de Peggy Bundy, el capitán nos informa que despegaremos. Ahí sentí un escalofrío, miré a la Camila (de la agencia que me invitó) y me dijo con cara de preocupación “¿Estás bien?”, me hice nuevamente la valiente pero la verdad es que estaba aterrada. El avión comenzó a moverse cada vez más rápido, a una velocidad que me hizo sentir pánico, pero cuando estaba a punto de soltarme el cinturón y gritar como loca, ya estábamos en el aire como aves volando sobre la ciudad de Santiago. Una belleza.

Justo le había pedido a mi compañera que me concediera la ventana, entonces miré y vi cómo están delimitadas las calles, las plantaciones, la cordillera con sus lagos, que aún tenía gruesas capas de nieve. Me sentí omnipresente, podía verlo todo desde arriba. Era un sueño. Pasamos por Argentina y luego Montevideo (Uruguay), una escala y ya las cosas habían cambiado, el miedo se había convertido en placer. Cuando llegamos a Brasil la inmensidad de la naturaleza y una ciudad emplazada en la selva me impactó. Lentamente el avión comenzó a descender, aterrizó con mucho cuidado, tomé aire, me preparé sicológicamente para lo que venía y me desabroché el cinturón, el resto es parte de otra historia.

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