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El encanto de la ciudad en verano

Algunos aman la ciudad.

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Soy habitante de cemento, ruido, gente y murmullos permanentes. No me estresa el tránsito ni ir al centro. Canto cada vez que camino por las calles de cualquier ciudad.

Para Andrés

Hay personas que construyen murallas, imaginarias o reales. Hay gente que usa caretas y distintos antifaces de acuerdo a la ocasión. Hay mujeres que se ponen vestidos para sentirse mejor. Hay hombres que fuman habanos… y estoy yo, que uso la ciudad para esconderme y sentirme mejor.

Es que las ciudades tienen esa belleza única del murmullo, el cemento, los ruidos naturales y artificiales. Es un ente vivo que calza perfecto con pliegues y extremidades. Adoro las ciudades, cómo cada uno de sus transeúntes posee una historia por descifrar. Cómo las calles van cambiando de forma, color y ambiente de acuerdo a la hora del día, la época del año y las distancias.

Me encanta aún más en verano, cuando está desprovista de capas grises que la afean. Me gusta así, tal cual, con el cemento abrasador, las piletas de agua y los árboles bailando con el viento. En este tiempo, quienes elegimos quedarnos en la ciudad en esta época, especialmente los fines de semana, somos aquellos que la queremos. Los que caminamos por sus calles sin rencores ni frustración. Todo lo contrario, disfrutamos de su belleza en cada esquina, en cada terraza con cervezas frías, en cada plaza con niños jugando, en cada caminata con el perro, en cada visita a las amigas.

Apoyo profundamente a los que deciden abandonarla para estar en “mejores lugares”. Creo que así somos todos beneficiados, ellos que buscan las multitudes de las playas y yo que me quedo con mi ciudad a mis anchas sin tanto malhumorado por la calle.

No fui arquitecto porque soy pésima para el dibujo y la regla, menos a pulso. Pero me habría encantado poder tomar un terreno como el de Shangai en 1990 (en la foto) y convertirlo en esa bella ciudad luminosa llena de vida 20 años después.

Soy habitante de cemento, ruido, gente y murmullos permanentes. No me estresa el tránsito ni ir al centro. Canto cada vez que camino por las calles de ésta y cualquier ciudad. Cada una tiene su encanto, su poder.

Para mí, Santiago es casa, es comodidad. En cambio, Valparaíso es meditación, caminar por los cerros, miradores y el plan me ayuda a pensar. Así, podría nombrar los encantos de cada una que conozco. La urbe tiene esa dualidad que te permite perderte en la vida de otros, llenarte de actividades y jamás plantearte nada. A la vez, basta que encuentres ese rinconcito perfecto, para nadar en la introspectiva cuando tiempo sientas necesario.

La ciudad es todo y es nada. Es el espacio de la oportunidad. Es lo que tú quieras de ella. ¿Qué vas a elegir: odiarla o aprovecharla al máximo?

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