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El único cacho de ser mujer

Irónicamente en este día, a mí se me ocurre ir contracorriente.

Me encanta ser mujer, no quiero jamás dejar de serlo ni pensar que si fuera hombre algo en mi vida sería mejor. Pero como todo no es perfecto, hay días como hoy en que me opino que es un cacho ser mujer.

Es terrible levantarse sin saber qué es lo que exactamente me pasa porque en el fondo me pasa todo en general y nada en particular. Me siento inflada como globo aerostático, con senos que se rehúsan a entrar en los sostenes verdes que me dieron ganas de usar justo hoy.

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Porque no son sólo las hormonas las que hacen zancadillas, si fuera por eso, tendría este fenómeno mensualmente y sería insufrible. O mejor aún, si fueran sólo las hormonas bastaría la dosis adecuada de medicamento para contrarrestar el efecto. No me parece que funcione así. Me pasa cada tantos meses, unas 3 o 4 veces al año… quizás más… que no me entiendo ni yo, que no quiero nada pero quiero todo. Que no me soporto ni yo.

Recuerdo la primera vez que tuve síntomas asociados a mi menstruación. Debo haber tenido unos 13 años. Mis amigas en esa época ya usaban los malestares para quedarse en cama varios días o evitar hacer educación física. Mi madre me miró a los ojos y me dijo “esto es un quinto de tu vida, ¿quieres pasar un quinto de los días de tu vida como una inútil en cama?”.

Pero sin embargo, a pesar que trato de obviarlo, quiero que me abracen y me digan que todo va a estar bien, cuando en realidad pragmáticamente no hay nada mal. Me como más chocolates de los que debiera tratando de inhibir la mina que hay en mí, que la encuentro francamente odiosa. Entonces me siento incómoda porque no tengo el más mínimo interés en ser este individuo “defectuoso” que por el fenómeno de la niña, la cercanía de la luna a la tierra o vaya una a saber por qué, resulta que no puede funcionar operativamente a niveles razonables.

Todo lo contrario, lloro con el noticiero y la publicidad de pañales. Me enojo porque me caigo mal porque me siento estúpila (que es dos grados peor que estúpida). Me carga no poder ser independiente de los estímulos internos que me hacen pensar que todo es conmigo, que súbitamente el mundo se volviera faracita-céntrico. Y no. Y me da pena, porque entonces quiero llamar la atención para que lo sea, pero si me miran me siento pésimo. Es ATROZ, se los digo.

Adoro ser mujer, adoro el rol: parir, amamantar, criar, acompañar, apapachar, trabajar, educar, empatizar, cocinar, coser, bordar y todos lo verbos asociados al género. Pero, ¿es mucho pedir que le bajen a la dosis de “mina” que me tocó?

Creo que las minas internas le hacen un flaco favor a género. Con todas esa hormonas que no nos dejan vivir en paz. Con ataques de celos, con llantos desesperados, inutilidades máximas y todas esas cosas. Creo en la mujer como pilar del universo, como Úrsula Iguarán que en su ausencia, todo se desmorona.

Pero necesito que mi propio cuerpo me deje en paz para aguantarme yo misma. Ser mujer sin tener que lidiar con estas cuestiones banales, infructíferas, inútiles y desprestigiantes. Incluido escribir esta columna a manera de deshago.

¿Es mucho pedir?

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