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¿Puta yo?

Una historia bohemia.

La idea siempre fue tomarse una chela, pero la efervescencia llevó a la euforia y la euforia, a ir por un par más de ellas.

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Como la maldita ley impulsada por Zalaquett -restricción horaria-, ya se hacía presente en nuestros bares capitalinos, la caja cerró y las patas de las sillas apuntaron hacia el cielo.

Era tarde, pero nunca tanto como para seguir bebiendo, conversando y en el mejor de los casos… riendo.

“Bigotes”-oriundo de Rancagua- que ya sabe de vida santiaguina y también de su noche, se dirigió a un bar de esos que no cierran, consiguiendo algo más que mi admiración y una Escudo extra helada.

No recuerdo si aquella vez hablamos de Cortázar, los celos o la próxima película que tendríamos que definir ir a ver. Lo que sí recuerdo es que la cerveza se acabó y los vasos se vaciaron. Que era tarde y que “Mostachos” me acompañaría hasta el próximo paradero de la avenida.

De ahí viene la parte literaria, esa donde yo me acuerdo de algún, ahora, viejo poema de Benedetti y lo hago parte de una escena real. En esta ocasión, el turno de los versos es recurrente: “Los Formales y el Frío”, donde uno de los dos dice: -¿Y por qué no te quedas?-. Y el otro advierte: -No me lo preguntes dos veces-. Entonces el uno de los dos insiste: -Bueno, ¿y por qué no te quedas?-. Entonces el otro se queda.

Así que me quedé y partimos a una irrisoria cantina de la calle San Diego. Se trataba de un pequeño local con luz tenue, humo, un par de mesas, un tanto más de sillas y en el viejo wurlitzer, Américo de fondo.

El dueño había sido paco y estuvo a cargo de un escuadrón en Rancagua durante la dictadura – Cuático -. Pero la dialéctica condujo al problema de la educación y un poco más lejos, a la sexta región. Me bastó saber que él entendía lo que era “una linterna con cuatro pilas” para darme cuenta que además de paco, era putero. Y como su pseudo puta lo acompañaba, la conversación concluyó.

En eso un gordito gay de la mesa 5 -sólo por ponerle un número-, se instaló a conversar con nosotros y de paso invitó a un tipo que extrañamente a esa hora, llevaba una bolsa con paltas.

“La Leyenda” como quiso que la llamáramos, es un gordo maraco, típico plagio de porcel y con una bondad que alcanzó fácilmente tres nuevas rondas.

Nos enteramos que era dueño de uno de los puticlub’s más poderosos de Santiago y que por entonces, visitaba a un amigo- el de las paltas-, que no era maraco, más bien un flaite convertido. De esos que por unas buenas lucas, te trabajan hasta el alma. ¡Pero ojo! Ya no te roban.

El punto es que “Baffi” fue por cigarros y con buenas señales de sexto sentido me dijo: Cuidado.

En eso La Leyenda miró entre medio de mis piernas y me dijo:-Sabías que tú, con tu ángel y con tu cuerpo, tienes un gran fundo-, señalando “la zona” -¿Te gustaría trabajar para mí? – Chan – Tendrías todo el dinero a un costo que tú decides, aunque debes entender que conmigo te harías millonaria. Piénsalo -. Corta.

Aún no terminaba de procesar cuando el sujeto de las paltas agregaba un par de adjetivos de esos que te hacen sentir bien, segura y que concluyen con una tarjeta con un número telefónico.

¿Un Fundo? ¿Un fundo entre mis piernas? Nunca me había puesto en tal caso. Buena analogía si así lo queremos ver. ¿Quería que fuera puta? ¡¡¡Puta!!! Siempre he pensado que todas tenemos un poco de puta en la sangre, pero de ahí a hacerlo Mmm… Bastante tentador. PUTA YO.

Yo, puta y las imágenes pasaron por mi mente, más que en el estado decadente del por qué las mujeres llegan a serlo, pensé en el wild world, me confundí con el glamour, con el deseo de los hombres. Me perdí en la delicadeza de unas uñas bien pintadas y en la sensualidad que deja el compás de un par de tacos de 15 centímetros, …del rojo … de lo oscuro …de lo prohibido.

Nunca me tomé las palabras del gordo como una opción, pero el sólo hecho de sentir que la posibilidad estaba tan latente, tan real, me sacudió.
Intenté agradecer la oferta de buena forma. Apelé a una naturalidad que a decir verdad nunca llegó. Estaba incómoda con la tarjeta ya en el bolsillo y apenas volvió “Mostachos” nos retiramos. Eso sí, quedé en llamarla y pensarlo.

Y la verdad es que pensé, pero no en llamarla, sino en las putas. Y así, mientras la banda sonora de mi inconsciencia reproducía un perfecto y oportuno “I’m sex” de Lovage, recolecté pensamientos y experiencias ajenas. Pensé en la retorcida admiración que se tiene a esta clase; en por qué los hombres se cagan a sus esposas; en la escena cabaretera donde una bailarina se acerca al “macho” y deja que éste le agarré un par de pechos rellenos con silicona de 200 centímetros cúbicos, el que además se jacta de su “virilidad” con un whisky en la mano y entre los dedos un cigarro. En donde visiblemente en ella no hay placer y en él, el humillante olvido de que por un par de tetas tuvo que pagar.

El otro día mientras caminaba por la calle Merced, vi a una vieja pidiendo plata, hedionda a mierda y disfrazada de puta. Creo que por ahora no llamaré.

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