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Williamsburg me voló la cabeza

Primera entrega de Guillermo Scott sobre su viaje a Nueva York.

Es tanto lo que a uno le hablan sobre Nueva York que cuesta hacerse una imagen propia. Te dicen que es demasiado cosmopolita, que toda la gente es linda, que tienes que ir aquí, almorzar allá, visitar aquél barrio e  ir a esa galería de arte son parte de la sobreinformación  y los lugares comunes que uno escucha por parte de sus conocidos viajados antes de subirse al avión.

El bombardeo de datos fue tan grande, que decidí simplemente no pescar más. Le dije a mi compañera de mi viaje que botara las guías de viajero que compró y leyó hasta el cansancio y que lo mejor era descubrir por nosotros mismos la ciudad.  Dividimos la ciudad por barrios, anotamos los imperdibles y Time Out en mano salimos a enfrentar Nueva York.

La primera vez que oí hablar de Williamsburg fue cuando descubrí a los poderosos TV On The Radio. Quedé tan helado con su primer disco que me puse a investigar sobre ellos, en notas de prensa salía que eran de Williamsburg y que este era el barrio de moda de la ciudad y que ahí estaba lleno de hipsters, una nueva tribu urbana desconocida para mí (les digo que esto fue el 2004, pre reportaje Revista El Sábado y yo jamás había escuchado el tecnicismo para clasificar a los shúper locos).

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Con el tiempo me di cuenta que la mitad de las bandas que me gustaban vivían en este suburbio de Brooklyn y que las dos carnicerías que me quitan el sueño estaban en este sector, así que en el itinerario que armé Williamsburg quedó fijo como mi primera parada.

Nos bajamos en la Estación Marcy, la última parada antes de cruzar el puente, viniendo desde Brooklyn  hacia Manhattan.  Como estaba dateado partimos directo por Bedford St, el epicentro del onderismo mundial.  Bedford es una calle larga y es la columna vertebral del barrio. De ella se articulan las otras calles en donde la vanguardia literalmente te mete un dedo en el culo.

Porque más allá de los hipsters en skinny jeans y sus bigotillos a lo Dalí, la gran gracia de Williamburg es que es un barrio joven, en donde el arte, la igualdad de género y las nuevas tendencias son algo tan cotidiano, que lo hacen a uno sentirse un sudaca mutante, inculto y mal vestido.

Yo soy bien poco impresionable, pero tengo que decir que sentado en el café de una galería de arte experimental, en donde a la derecha  tenía una disquería boutique y a la izquierda una librería alucinante me dije a mi mismo que si algún día dejo mi querido Santiago, me gustaría vivir aquí.

Como dije al principio, la sobreinformación de datos es una lata así que sólo les diré lo que a mí me pareció imperdible: el Café Colette en el 79 Berry ST es un clásico del barrio y es ideal para ver lindas mujeres, comer y tomar un buen vino. El Café Atlas en el 116 Havemeyer St es una excelente opción para tomar un café y salir un poco de la dictadura Starbucks. El Atlas es ideal para irse a trabajar con WIFI y pasar la tarde leyendo los diarios.

Para comer, a pies del Williamsburg Bridge esta Peter Luger, el restaurant de carnes más antiguo de la ciudad, un ícono gastronómico a nivel mundial y elegido como el mejor lugar para comer carne de Estados Unidos en los últimos 20 años.  No es barato, pero si te gusta la carne, el Luger es un pedacito del cielo en la tierra. Ojo que hay un par de mozos chilenos que son buenos para los regalitos con los paisanos.

Justo al frente se encuentra Marlow and Sons (81 broadway St) un pequeño y lindo Deli en donde se venden productos orgánicos, productos de cocina, quesos y charcutería. La gracia de Marlow es la carnicería, en donde solo se venden productos Grass Fed, y punto de partida del revival de la carnicería moderna. Aquí dio sus primeros cortes el maestro Tom Mylan y aprendió todo lo necesario para emprender con The Meat Hook, pero esa historia es material para otra columna.

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