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Métete en tu vida

¡no pienso!

Eso me dijeron ayer. Caminaba por mi calle a eso de las 19.40 y de un colegio particular sale un niño, su madre y su padre. El niño arroja un papel al suelo. Espero que sus padres le digan algo.

-“Se le cayó un papel”

-“Sí, el niño lo botó”

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-…

– “En fin, ustedes verán como lo educan” (Fue lo único que me salió). (Al niño) “Es muy feo tirar papeles en la calle”

– “Métete en tu vida” dice la mujer

– Esta calle también es mía, y no quiero que me la ensucien; pero no se preocupe, yo recojo el papel.

– Tú tendrás tiempo para meterte en la vida de los demás. (Mientras recojo el papel)

-No, vengo de trabajar todo el día: igual que tú no más.

Durante todo este diálogo, tanto niño como padre permanecen silentes; quizá me encuentran razón, quizá me encuentran razón.  Nadie más hay en la calle. Me dio rabia, mucha; afortunadamente logré mantener la compostura y no empapelar a chuchadas a la mujer, que sin embargo no consideró que defendía lo indefendible al frente de quien se supone está educando.

Quizá debería haberle dicho simplemente ¿Y no lo piensa recoger? pero bueno, no me salió. No es la primera vez que me pasa esto: una vez le pregunté a una señora cuyo perro se mandaba la gran cagada (literalmente) en un pasto que a todas luces no era el de ella si andaba con bolsa. “Sí, ando con una bolsa fíjate, para botar tus mierdas pendeja culiada” Tal cual.

“Métete en tu vida”. Ese es justamente el problema. Todos preocupados de “sus” vidas, nadie preocupado de la de los demás. Ella me decía que me preocupara de mí, simplemente porque ella no estaba dispuesta de preocuparse de mí como yo de ella, de su hijo, de la calle y del papel. Eso es lo que en mi opinión nos tiene absolutamente cagados como sociedad. Frases como “No es problema mío” simplemente me enferman.

Obviamente uno no puede hacerse cargo de todos los problemas de la sociedad y de quienes nos rodean, pero qué nos cuesta meternos, meternos y meternos. Ya no es una cuestión de gustos, preferencias o libertad de enseñanza.  No tengo por qué dejar que otros ensucien la calle donde vivo.

Mi pololo me dijo que tuviera cuidado, que no sabía si me encontraba con una loca que me pegara un carterazo o algo peor. “No te preocupes, en su vida ese niño tirará un papel en la calle” opina él. –Ojalá, le digo yo.

Tanto que reclaman que la educación es mala –sí, lo es- que el acceso es limitado, -sí, lo es-. ¿Pero qué clase de sociedad pensamos construir si dejamos que nuestros hijos hagan lo que quieran, aunque eso sea tirar un papel al suelo?

No sé ustedes, pero si mi papá o mi mamá se daba cuenta que  había botado un papel,  inmediatamente me hacía recogerlo sin excusa con el consiguiente reto; si se daba cuenta mucho después, nos devolvíamos las cuadras necesarias yendo en su búsqueda, y en el camino, obvio, me iban retando. ¡Cochino! Le gritábamos a quienes tiraban cáscaras de naranja en la carretera; “Guácala” le digo a quienes tiran pollos en mi presencia.

Mire, ningún papel en el suelo. En esta calle somos limpios – rematé.

¿Ustedes creen que me debería haber quedado callada?

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