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Educación: El derecho a no abrir siempre la billetera

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Hoy día nuestros hijos tienen 0,1, 2, 3, años, pero algún día tendrán 21, 22, 23. En  lugar de levantarse temprano para ir al jardín infantil lo harán para ir a la universidad. Sus coches se convertirán en  bicicletas, sus lecturas de los hermanos Grimm en fotocopias de Nietzsche, sus cantitos infantiles en gritos de protestas. Parece lejos, pero no tanto.

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Así como hace poco nos vimos pagando la matrícula de un jardín infantil (privado, claro), nos sorprenderemos sacando nuestra tarjeta de crédito para saldar un arancel universitario. Qué miedo. Llámenla una contradicción semántica, pero en Chile las llamadas Universidades públicas no cuentan con el generoso sponsor de una Junji paralela. No hay manera de estudiar una carrera universitaria gratuitamente a menos de que no sé, seas puntaje nacional en la PSU. Asumiendo que Europa es un paraíso académico que otros se merecen, que los 60s, Marx y el proteccionismo son etapas superadas, que el modelo liberal va con Chile, ya exista un gobierno de derecha o de centro izquierda,  y que –línea de pobreza excluida-nos acostumbramos a pagar por todo desde la cuna, hay sin embargo una demanda justa en este enfermizo y non stop abrir de la billetera.

Si pago caro por educarme, dénme al menos algo bueno. Así como está, nuestra educación superior no vale lo que cuesta. Debería ser un bono.

No sólo la Organización para el Comercio y Desarrollo Económico (OCDE) ha señalado que la nuestra es una de las educaciones superiores más caras en relación al ingreso per cápita, incluso más que en Estados Unidos. Además es una de las más mediocres, ya que no genera capital humano. Esos amigos del Ministro Lavin dueños de universidades, invierten en cualquier lado menos donde deben. Nadie habla de compararse con Columbia, Oxford o Yale. Basta mirar más lejos, a la subvalorada India. Hoy los jóvenes profesionales hindúes son los más competitivos. Si no me creen, entren a cualquier laboratorio clínico en USA y creerán haber aterrizado por error en Nueva Delhi.

Para algunos pocos es lógico pagar por ir a la universidad así como lo es gastarse 100 mil pesos en el Jumbo. Pero la mayoría de los estudiantes chilenos se alimentan de sopas para uno del Líder Express y estudian al lado de una estufa a parafina, endeudándose.

Diez años atrás, tuve la suerte de estudiar en La Sorbonne, en Paris. Digo suerte por la sencilla razón que mi licencia en Literatura Comparada me costó una suma simbólica de 100 euros, o sea, 60 mil pesos. No saben lo que se siente no pagar por la universidad. Es como respirar aire puro después de la lluvia o estacionarse en una calle sin parquímetro. Dan ganas de estudiar más y devolver lo que te están dando. Lo sé: hoy en día es anacrónico soñar con una universidad a cero costo. Pero cuando todos los días se levanta una universidad privada nueva –en general con nombre de santo- que es promocionada por chicas en patines en los semáforos rojos y que exige como requisito de ingreso saber cuál es la capital de Brasil (¿Río? Cuac…ya, bueno ya, pasa a la caja),  no es anacrónico exigir mayor regulación a esta jugarreta lucrativa.

Sería naif pensar que este gobierno va a cambiar un modelo que ellos mismos impulsaron en la era de Pinochet y del cual además, se sienten orgullosos, pero un café bien cargado con Camila Vallejo, presidenta de la FECH y líder del actual movimiento estudiantil, no les provocaría mayor taquicardia. En lo que tarda un espresso, la muy nouvelle vague y linda Camila les explicará su combo utopía versión 2011: mayor financiamiento público a las universidades estatales en las áreas de investigación, docencia y extensión +democratizar las instituciones de educación superior +fiscalizar el sistema privado y regular sus aranceles + cambiar la palabra lucro en la constitución por derecho a la educación.

La billetera la va abrir ella, claro, pero sólo para pagar el café. Del resto, que se haga cargo el Estado.

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