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Injusticias del invierno chileno

Un cuento triste pero verdadero.

Hace unos días mi hija –que por sus vacaciones de invierno se está quedando en mi casa- despertó sin sentirse muy bien. Se quejaba de que le dolía el cuerpo y tras tomarle la temperatura me di cuenta que tenía fiebre. Como era domingo, me quedé en casa junto a ella, le di a tomar un analgésico y antipirético y esperé a ver cómo evolucionaba.

A eso de las tres y media de la tarde, me di cuenta que seguía igual e incluso con algo más de fiebre. En vista de lo que pasaba, llamé a un radiotaxi y partimos a una clínica privada que gracias  al plan de cobertura de salud de mi isapre me sale totalmente gratis en atenciones de urgencia para mí o mi hija. Llegamos y nos hicieron pasar en cosa de minutos a un box donde nos atendió un doctor ayudado por dos enfermeras. Ahí le tomaron sus signos vitales a Sofía, le hicieron algunas preguntas y luego le tomaron una radiografía de tórax.

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Tras esto, esperamos unos quince minutos en una cómoda sala de espera (con televisión por cable) hasta que nos llamó el médico y nos dijo que Sofía tenía un virus típico del invierno y que esto se pasaba con un par de días de reposo, la ingesta de mucho líquido y un remedio que nos recetó, el que aproveché de comprar en una farmacia que había en la misma clínica y que también tenía un descuento especial con mi isapre. De esta forma, tras poco más de media hora en la clínica volvimos con Sofía a casa con el panorama claro de lo que le pasaba y –lo más importante-  de cómo solucionarlo.

Al día siguiente, el lunes, Carmen, la mujer que hace el aseo en mi oficina, me pidió permiso para irse a media tarde, porque su hija pequeña se sentía mal en casa y quería llevarla al médico para averiguar qué era lo que tenía. Obviamente, le dije que se fuera y que se tomara el tiempo que necesitara para solucionar ese problema con su hija.

A la mañana siguiente Carmen llegó -como siempre- muy temprano a trabajar, aunque muy cansada, porque con su hija había ido primero al consultorio municipal, pero como éste estaba lleno de gente no alcanzó a ser atendida antes de que cerraran, por lo que tuvo que ir entonces a la sala de urgencia de  un hospital público. Allí, tras dos horas de espera logró que atendieran a su hija y que le entregaran remedios para lo que tenía… algo muy parecido a lo que le detectaron a mi hija en la clínica. Tras esto, volvió en micro a su casa –y cargando a su hija- casi de madrugada.

Carmen y yo tuvimos el mismo problema, pero lo resolvimos de maneras muy distintas. A mí, en la salud privada, no me tomó más de una hora, fui bien atendido y gasté muy poco dinero. Para Carmen, en la salud pública, fue todo lo contrario. Gastó tiempo, dinero y lo pasó mal (lo mismo su hija).

¿Por qué tanta diferencia entre nuestros sistemas de salud?, ¿Es justo un país así?

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