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Con “pan y pedazo”

Me parezco incluso fenotípicamente a Samantha Jones (Claro, que en una versión mucho más joven). Y eso no es una cosa que uno se lo proponga lo que, de partida, es una garantía de inocencia. Soy infiel de forma natural.

Me parezco incluso fenotípicamente a Samantha Jones (Claro, que en una versión mucho más joven). Y eso no es una cosa que uno se lo proponga lo que, de partida, es una garantía de inocencia. Soy infiel de forma natural.

No es que crea en el empate o en la “igualdad de las diferencias” con los varones, pero si me salta la liebre, ahí estoy yo, como una zorra azul, para cazarlo con maestra precisión.

No chicas, yo no engaño a nadie ni soy esa dama del “no, pero tal vez” del chiste del Presidente Piñera. No tengo pretensiones de primera ni segunda dama, sólo quiero ser una mujer honesta con mis apetencias… Y como “ojos que no ven, corazón que no siente” tengo la misma mala memoria de un caballero.

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Mi pareja sabe bien quién soy, por eso no tengo explicarle que él es el pan, y los otros pedazos. Que él es mi Catedral, y los otros, capillas de día de Primera –y última- Comunión.

Siento que puedo tener una pareja estable, a él, “mi cómplice y mi todo” y aún así, dejar que mi cuerpo determine sus soledades de acuerdo a sus apetencias. Si para mí los miércoles de luna creciente son de sexo, serán de sexo esté o no disponible para mí.

Explicarlo es difícil. Pero si no fuera por este método de “satisfacción garantizada” se los aseguro, no estaríamos, después de 8 años, juntos y contentos.

La cosa no es sólo que en la variedad esté el gusto, está en que los roles que cumple una pareja son sumamente distintos a los que cumple un amante. Y no hablo de ese amante que cumple un rol de segunda vía.

No gasto el tiempo en desarrollar una segunda relación. (Ya lo hice y fue una pésima y dolorosa idea) Tengo una sola, con mi pareja. No voy a decir que para mí él es el viejo pascuero y los demás los enanos ayudantes de mi libido desbordado por mi lascivo mujerismo.

Él es mi compañero de vida, y también de mis experiencias sexuales más relevantes en el orden de la complicidad y el romanticismo. Pero también necesito el fuego de lo pasajero, lo volátil y arrollador del “desconocido que silba en el bosque” en palabras del borracho poeta Teillier.

Necesito el vértigo de lo desconocido en mis caderas, la vorágine del sexo descomprometido y sin la utilidad funcionaria de una relación 24/7.

Si les contara… Pero para qué causar tanta envidia entre las esclavas de la fidelidad. Sólo les puedo decir, que al no reprimir ninguna fantasía, he podido vivir un verano carioca, un invierno francés, y un tórrido y pastabasero encuentro delincuencial en un callejón de Valparaíso, y convertir un asalto en un frenético acto de amor cunetero, entre tantos aciertos en mi fetichista y desparpajado delirio clitorídeo.

Y estoy lejos de arrepentirme, porque me siento contenta de no tener frustraciones ni represiones de ninguna índole, y puedo decir, no sin una cuota de orgullo, que “Confieso que he follado”. Que me he conectado con buena parte de mi ser, y que me he dado cuenta que hay muchas cortapisas venidas de un verdugo sistema de adoctrinamiento de lo más simple y vital de cualquier ser vivo: su sexualidad.

Mucha Louisa May Alcott, mucho tango misógino, mucho material cultural patriarcal, o de matriarcado funcional, que nos obstruye y obstaculiza el verdadero sentido comunicacional del contacto amatorio.

Finalmente es una práctica simple, y sobretodo desinteresada, en donde el placer es una bendición de donde quiera que provenga. Como dicen los cristianos, una cuestión de “hacer el bien, sin mirar a quien” y sobretodo, siendo fiel al bien más magnifico, el biopoder, ese del cuerpo, el alma y la mente, que tan conjugados, armónicos y extasiados bailan la deliciosa y orgásmica vibración del “mambo horizontal”.

Seamos sinceras. Nuestra potencia sexual muchas veces sobrepasa los límites de las relaciones monogámicas, monotemáticas y monorgásmicas, impuestas por nuestra macaca formación social.

No quiero ser relativista, pero cada cual con lo suyo, y lo mío es ser infiel para no serme infiel. Es algo que me resulta, y que siento me resguarda de la hipocresía y la necesidad de exclusividad. Él, mi staff permanente, mientras sea tan cauto como yo, la vida le estará igualmente dada como a mí, porque después de todo, ambos somos seres humanos y como tal, limitados, parciales, lejanos a otro, tal vez igual de deseable, pero con deliciosas características nuevas, que siempre lo harán parte de una irresistible novedad.

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