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El SIDA y yo

En el Día Mundial de Lucha contra el SIDA, mi encuentro con la enfermedad y sus efectos en mi vida

Sí, hoy es el Día Mundial de Lucha contra el SIDA. Los más cínicos ya han dejado su opinión en redes sociales, hablando de lo idiota que es que alguien se contagie en estos días que hasta en las esquinas te regalan condones. Otros hablan de lo inútil que es usar una cinta roja en la ropa y otros se hacen los desentendidos.

Yo pienso en mi propio y privado encuentro con el SIDA.

Cuando un familiar tuyo tiene un problema de salud a los 15 años, no entiendes muy bien qué pasa. En mi caso fue uno de mis tíos, el favorito por parte de mi mamá. Jorge. Así se llamaba. Era un tipo genial que coleccionaba juguetes y compraba cosas divertidas, que se volvía mi cómplice para que yo pudiera ver películas de terror cuando no tenía permiso y a quien no le daba pena reconocer que a sus treinta y tantos, seguía viendo dibujos animados. Ah, y comía todo cuanto quería y se le antojaba, lo cual le daba una barriga prominente.

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Un día, dejó de cantar en la iglesia local, en donde también tocaba la mandolina. Otro, lo noté más delgado, lo cual era bastate evidente dado que jamás bajaba de peso. Otro, desganado y con sueño. Otro, decididamente enfermo. De “algo”. Eso es lo que pasa muchas veces con quien ha contraído el VIH, esta enfermo de “algo”. De “eso”. De lo que no se puede hablar, porque qué vergüenza tener una enfermedad de maricas, qué vergüenza tener una enfermedad por follar, qué vergüenza tener SIDA, que hasta las letras se ven más impactantes. SIDA.

Así sucedió al principio en mi casa. Mi tío estaba enfermo “de algo”. Luego, me mandaron un par de semanas a vivir con otros familiares. Luego me enteré que Jorge había tenido una crisis de salud y mis papás prefirieron que no lo presenciara.

Después de eso, era un secreto a voces. Yo se lo dije con todas sus letras a mi mamá. Ella no lo negó. En este punto era más el dolor que la vergüenza. Y todo se aceleró, la pérdida de peso, las infecciones oportunistas, los cócteles de píldoras. Las fiebres. De pronto, mi tío Jorge no era ese hombre rechoncho y cantarín, sino un tipo triste y taciturno que no quería ser una carga para nadie.

Un día, lo abracé. Lo abracé con mucho cuidado porque pesaba 48 kilos. Menos de la mitad de lo que pesaba un par de meses antes. Las palabras no me salieron de la garganta. No pude decirle cuánto lo quería y cuánto me había enseñado, de cultura pop, de la vida, de cómo debía ocuparme de mis padres y mis abuelos. Pero lo abracé.

Hay muchos detalles aún más estrujantes que prefiero guardarme. Pero, créanme, el SIDA es una enfermedad terrible, devastadora y que todo lo destruye.

Una tarde de domingo, recuerdo, mi abuelita regresó de su visita a mi tío. Ya había pasado varias semanas en el hospital. De pronto, simplemente se echó a llorar. Mi abuelo materno buscó apoyo en mi papá. Mi abuelo es un hombre duro, serio, de pocas demostraciones de afecto. Y ese día se rompió y buscó los brazos de su yerno. Su dolor pudo más que todo.

De ahí todo se convirtió en una película muda que parecía un sueño. Una pesadilla, si prefieren. Todo parecía avanzar en cámara lenta. El hacer los trámites en el hospital. El buscar un féretro. El funeral. No quise ir. No quería verlo así, dentro de una caja, serio, flaco. Muerto. No he podido ir a otro funeral sin sentirme completamente vacío de energía, de ganas.

De un tiempo a la fecha, han surgido personas que declaran a los cuatro vientos que el SIDA no es una enfermedad real, que no existe, de plano. Que todo ha sido una enorme broma o una conspiración de no sé quién para no sé qué. Yo, Alejandro Serna Armadillo, Director de Estilo de Vida para Betazeta en México, de 34 años de edad, puedo decirles que es algo verdadero. Muy verdadero y palpable. Se los puedo asegurar porque todavía recuerdo la sorpresa de tener en mis brazos a un hombre de 48 kilos, porque todavía recuerdo esa tarde de domingo, porque mis abuelos todavía ven con cariño y dolor la foto de Jorge. Porque con él sentimos uno de los peores dolores posibles, al no poder hacer nada mientras la vida se le escapaba a uno de los mejores tipos que he conocido.

Por ello, en este Día Internacional de Lucha contra el SIDA, no se dejen llevar por los cínicos, por los amargados, por los trolls. Mejor, pongan manos a la obra, usen condón, no incurran en prácticas de riesgo. Cuídense. Cuiden a todos.

Te quiero, tio.

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