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EL AMOR SE ESCRIBE CON HACHE: Nación Mapuche y Educación Gratuita

La intensa Carmen Mantilla nos comparte sus reflexiones acerca de dos realidades chilenas que desde la capucha cobraron visibilidad.

Humberto Maturana hace apenas un par de días atrás recordaba con nosotros (un pequeño grupo de personas que nos juntamos en el ánimo de encontrarnos en la conversación, convocados por Rumba Magazine) que, ante una pregunta que su Directora del Liceo Manuel de Salas le hizo al verlo en la micro –Fresia se llamaba la Directora, si es que mal no recuerdo-, le respondió que él pensaba que Amor se escribía con hache pues le parecía una palabra importante.

Fresia no sólo lo reconoció en una micro y le llamó por su apellido, sino que además sabía de su ortografía desafiante por decirlo de algún modo cariñoso, un pródigo cortaziano que también, como un Oliveira local, “Usaba las haches como otros la penicilina”. Hacía hincapié en lo importante que había sido para él que su Directora le reconociera, en ese “ser visto” por ella, en un ser visto que integraba sus peculiaridades.

A la par que Humberto nos comentaba lo importante que es en términos educacionales esta visibilización, se me vino como un flash la frase del Subcomandante Marcos que Luisa Toledo había traído hacía muy pocos meses atrás a la conversación que realizó con nosotros a través de la Revista ‘El Hormiguero’: “Y miren lo que son las cosas porque para que nos vieran, nos tapamos el rostro; para que nos nombraran, nos negamos el nombre; apostamos el presente para tener futuro, y para vivir… morimos”.

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En este pequeño país, balcón largo al Pacífico, hay dos rostros que en los últimos años parecieron emerger una vez que se taparon: la realidad encapuchada cobró a partir de este hecho “realidad”, cobró cuerpo y a contrapelo levanta una voz para autoproclamarse presente porque antes, aun mirándola a los ojos, fuimos todas (o casi todas) la antítesis de Fresia: no la habíamos reconocido. Esos rostros son la nación mapuche y su bandera autónoma y esta juventud ávida que levanta una bandera que ha bautizado como educación gratuita.

Respecto a la educación gratuita, lo que hacen los y las jóvenes de Chile (y detrás el resto de buena parte de la sociedad con vocación ciudadana) es deshilvanar antiguas telas cuyo origen es más complejo pues no es sólo en estricto rigor el no pago, sino que es poner el dedo en la sangrante herida de la desigualdad social, entendida como una prelación que arbitrariamente indica que unos más y otros menos, unos todo y otros nada o muy poco, unos autonomía y otros plena dependencia; el lucro no es más que el vestido que se pone algo que aunque ha caminado entre nosotros no nos había llamado la atención: el lucro esconde el cuerpo pútrido de una sociedad organizada para la competencia y la devastación, que buscando la inmediatez de un fruto dorado no duda en tronchar el árbol y en dejarlo peligrosamente expuesto a todas las pestes. Es el malestar de saber que no es suficiente el agua para cada molino, hay algo que nos incomoda, algo que desde muy adentro no validamos y que tiene que ver con estas heridas sociales, con esta traición a nuestra naturaleza humana que originariamente tiende a la confianza (y al escribir esto recuerdo ese arrojarse a los brazos que todas las niñas y niños realizan desde arriba de un resbalín, ninguno de ellos piensa un segundo que sus padres le quitarán los brazos a mitad de su caída libre, que los dejarán estrellarse contra pavimento o gravilla: todos ellos confían en que serán sostenidos… Y nosotras y nosotros, ahora, como adultos y adultas, ¿cuántos somos capaces de mirar a alguien y dejarnos caer en sus brazos? ¿cuántos pensamos realmente en que seremos sostenidos? ¿cuántos tenemos una relación de confianza con la vida? ¿qué conservamos en el miedo?).

En tanto, con la nación mapuche y su irrupción violenta en la pauta del país, vemos la energía de una nación que obligada al sometimiento ha reunido rabia, una rebeldía que todavía es grito y que busca un espacio para reconstituirse ya no desde la lucha por ser o permanecer diferente, si no en la aceptación legítima de esa diferencia. Nuestro país tiene el desafío de saber estar y convivir con un pueblo que con fuerza se mira y que tiene el desafío de en paralelo dejar de mirarse en contraposición al resto de Chile; reconozco el derecho que les asiste a la autodeterminación, a la autonomía, y me parece criterioso aprovechando el paso romper el binomio actual que pone belicosidad y ruptura en una esquina y sumisión represiva en la otra, epigénesis de buena parte de la tensión acumulada que ha estallado.

¿Cómo rompemos el molino de agua individual y cómo reconfiguramos nuestra relación con los pueblos originarios? No hay de antemano una solución o un camino exclusivo a tomar –seguramente al respecto, tampoco hay atajo posible-, lo único que debemos saber es que el desafío se debe enfrentar ahora y no después, somos nosotros y nosotras quienes estamos convocados, no otros y otras en un tiempo futuro. Sentémonos a hilar voluntades, a acercar posturas, a realizar un ejercicio de comprensión, conversación y hamor (con hache, porque es una palabra importante). Schwenke y Nilo ya lleva décadas cantando que “no harán por nosotros la tarea/de fundar ciudades del mañana”.

Un abrazo a todos y todas.

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