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En defensa de lo anticuado

Nos hemos modernizado tanto que, tal vez, hemos perdido bonitos detalles que han quedado en la listas de lo anticuado.

En una conversación que tuve hace poco con una amiga, nos comentó una anécdota bastante graciosa con respecto a su madre. Resulta ser que a la señora le habían cambiado su equipo celular en su plan tarifario; así que su hija, tan linda como siempre, se dispuso a ayudarle a entenderle un poco más a la nueva tecnología. Le enseñó a usar mensajes de texto y mensajerías instantáneas, pero algo bastante curioso ocurrió cuando le enseñó a redactar e-mails desde el dispositivo móvil. Su madre se obsesionó con la aplicación: todo se lo decía vía e-mail; le enviaba afectuosos “que tengas buen día, chaparrita” a su correo y, encima, se ofendía si no respondía a tiempo.

Y esto me hizo pensar en la gran brecha generacional que nos separa como jóvenes del siglo XXI y madres que aprovecharon su juventud al máximo en los años ochenta. Si bien es claro que a nuestra edad nuestros padres no contaba con una aplicación tecnología para resolverse la vida, vaya que la pasaban bien: fiestas hasta tarde (y con menos delincuencia en las calles), consumo de alcohol y cigarros (con una menor conciencia al respecto del daño perjudicial que causa a la salud), moda escandalosa (que hasta la fecha retomas un poco de temporada en temporada), música rebelde (que aún persiste en los corazones de muchos).

Ahora, claro, tenemos que recordar que nosotras somos afortunadas al haber nacido con una computadora bajo el brazo, pues nuestros antepasados la sufren en estos momentos al tratar de adaptarse a este mundo global tan cambiante y a la vez indiscutiblemente tecnológico. Un mito relativo a esto sería que una profesionista de 35 años no puede desenvolverse en este ámbito también como una veinteañera que se sabe las diversas aplicaciones de Google de todas, todas.

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La nostalgia que me llega a mí en estos momentos al escribir esta nota es, sin embargo, irremediablemente que nos estamos perdiendo de los bellos recuerdos a los que abandonamos para modernizarlos: no más cartas de amor, ahora nos damos por bien servidas si nos responden a un estúpido mensaje de texto instantáneo; no más canciones lentas para bailar, ahora las letras de las canciones que bailamos incluyen las palabras “gata” y “dale más duro” para referirse hacia nosotras; no más películas románticas que hacían suspirar, ahora son comedias que insertan en tu cabeza escenarios poco probables con respecto a que te ilusiones con aquel hombre que se excluya de todo lo previamente mencionado en lo que el mundo se ha modernizado, pero también en lo que la humanidad ha decaído.

Claro, claro… Estoy siendo bastante cursi en mi reflexión y no niego que hay tecnologías admirables, por ejemplo: yo no podría vivir sin el blogging y las redes sociales, siempre he tenido esta necesidad de comunicarle al mundo mi manera de pensar (aun si no muchas veces está enteramente de acuerdo). Sin embargo, digo, no estaría nada mal volver a escribir cartas de vez en cuando.

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