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Arrebatos de pasión

Nos rendimos ante aquello que nos encanta, y es que la carne es débil y el embrujo, a veces, nos supera.

“Soy tan sensible a la belleza, por eso pierdo la cabeza con tanta facilidad…”, dice la canción de mi siempre acertado Calamaro.

Ahí está Bertolucci (Italia 1940), enverdecido, y no de esperanza exactamente, sino de deseo; y tan salido con la belleza de la joven actriz Tea Falco (Catania 1986) que le ha hecho una película entera, mala, pero película al fin (“Io e Te”).

Yo no lo condeno, porque es así, hay cosas a las que somos sensibles que nos fascinan y nos hacen ir corriendo a tocarlas a costa de lo que sea, aunque quemen o terminen por hacernos llorar.

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Bocatto di cardinale le dicen a algo que está muy bueno y que es irresistible. Puede ser un chocolate negro, una copa de licor, un hombre o una mujer. Yo me declaro débil ante la magia del artista y me imagino a esa chica acostándose con Bertolucci embriagada de admiración y arte.

¡Ayayay! Qué creativos somos a la hora de montarnos la película. Adornamos y hacemos crecer flores en un muro de cemento para darle cuerpo y contundencia, brillo y categoría a una historia que, en realidad, es lo que es.

De Bertolucci para abajo (para arriba y para todos lados), estamos esos seres a los que se nos despierta o desata una pasión incontrolable ante unas cosas determinadas y nos vamos por el camino de la perdición sin pensarlo ni un poco porque la fascinación es tal que no estamos para pensar, sino para arrojarnos al placer y nada más.

Esto, dicen, es muy propio de los hombres, pero yo no estoy de acuerdo. Ya seas hombre o mujer donde se ponga el simple atractivo de la juventud o del cuerpo bello, y también otras cosas como el talento, el genio o la gracia, se nos agita la sangre de admiración y si, además, se enciende la señal de “prohibido”, nos perdemos.

El estremecimiento que te provoca un encuentro con eso que te encanta y que nace y muere para ser bebido de golpe es uno de los placeres reservados sólo para nosotros, los seres “sensibles”.

Una amiga me decía a propósito de caer en la tentación (que es más bien un embrujo) que nos hace perder la cabeza: yo no paso por ahí de nuevo, no vuelvo a caer. Mmmmm, no sé yo. Esto lo decimos porque intuimos que hay pocas posibilidades de que se nos ponga a tiro uno de esos adonis o adonisas y que nosotros, con nuestras historias a cuestas, tengamos el estado del alma que hay que tener para dejarse llevar, para cruzar la delgada línea roja, ya no de la cordura (que también), sino la línea que separa nuestra vida construida con cada una de sus partes colocadas con dedicación y esfuerzo de la destrucción total del castillo.

No estoy hablando de tener una aventura con el compañero o compañera de trabajo, esto ya está tan normalizado que no tiene gracia ninguna…o muy poca, porque, a fin de cuentas, se trata de un igual y eso, lejos de despertar una pasión dormida, termina por decepcionarnos más temprano que tarde.

Pero piensa en alguien a quién admires (famoso o no), del que seas un poco “fan” o que, por alguna razón, te parezca inalcanzable, y que por esos giros estrambóticos que da el mundo, quede justo frente a ti, en la posición perfecta para morderle el cuello y hacerlo tuyo… Divino.

Seguramente no nos va a pasar ¿Entonces, qué hacemos, si no somos un rockero, una actriz preciosa o un director de cine con Oscar?

Pues, llenarnos de belleza y placer con esas cosas que nos hacen sentir emoción aunque sea por un momento imaginario a través del gusto que nos dan y que están ahí para disfrutarlas sin tener que abrir nada parecido a la caja de los truenos.

A veces es sólo cuestión de cambiar la mirada, de variar la luz, de alejarse para acercarse desde otro punto a ese que un día nos hizo perder la cabeza y que aún está a tu lado… o un poco más allá.

Foto: Grazia.it

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