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Desorden de amor Post-Traumático

A medida que uno va creciendo, enamorándose y conociendo el amargo sabor del desamor una y otra vez, deja de creer en muchos “mitos” románticos.

Hoy en día los médicos, terapeutas y parecidos van botando desórdenes como Jesús regalaba pan. Que si el ADD, el ADHD, OCD… Sí, quizás tenga algo de todos los anteriores, o peor aún, todos revueltos, pero lo que nadie nunca me ha diagnosticado es el desastre que me quedó después de amar con desenfreno y como si no existiera un mañana. Volver a lanzarse al ruedo no es fácil, porque muchos quedamos con síndrome post-guerra amorosa: el Post-Traumatic-Love Disorder.

A medida que uno va creciendo, enamorándose y conociendo el amargo sabor del desamor una y otra vez, deja de creer en muchos “mitos” románticos. Cuando uno es primerizo, cree en ese amor romántico que todo lo puede. Dar hasta el final, pensar en morir por el otro, en darlo todo y quedarse con nada con tal de que tu pareja sea feliz a tu lado. Ya ven, el síndrome suele presentarse en personas de carácter dulce, fiel, leal y entregado. Estas víctimas del síndrome suelen estar enamorados del amor o de la posibilidad de enamorarse, aún cuando la lógica les haga aceptar que eso no tiene ni pies ni cabeza.

Muchos dicen que nunca se vuelve a amar como la primera vez. Después de una extensa preguntadera insoportable, he concluido que la mayoría de las personas sufren de esto. Todo parece indicar que se ama sin tapujos en algún momento de la vida, y como no venimos con manual para ello, nos estrellamos sin piedad contra el muro de la ineptitud emocional. Siempre terminamos con el corazón partío en algún punto de la vida. El primer golpe es el más fuerte, porque se tiene la sensibilidad a flor de piel, la vulnerabilidad como parte de la armadura y el autoconcepto balanceándose entre la nariz.

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No hace falta más que escuchar el “no eres tú, soy yo” para que la sensibilidad se haga trizas, la vulnerabilidad se prenda en llamas y el autoconcepto se caiga como “HumptyDumpty” y rompa en mil pedazos. Puede que llores, que trates de negociar, que ruegues, supliques o decidas que quizás si es la otra persona y es mejor dejar el tema así. Pero lo que sucede en el pecho y el corazón no tendrá nunca marcha atrás. Entonces te dejan amando sólo, o te botan, o te ponen los cachos o te abandonan. ¿Resultado? Te deprimes, empiezas a comer cantidades absurdas de chocolate — derivando en gordura que no ayuda nada al autoconcepto—.

El corazón entra en modo defensivo, se recubre de acero, monta los torreones, hace puentes, candados, armas y encierra esas tres cosas tan delicadas en la torre más alta del castillo. Entonces llega un príncipe, o una princesa. Toca la puerta gigante de madera porque le interesa de verdad tu corazón. Pero lo primero que hace tu corazón recubierto de acero es lo que cualquier persona prevenida y en sus cabales haría: stalk a la persona en Facebook, Twitter, y otras redes sociales. Luego, al confirmar que es otra persona mezquina que te va a volver a partir el corazón, decides que mejor la atiendes desde el torreón.

Mientras el personaje en cuestión espera afuera, muerto del frío y del hambre; tú estás tan campante y tranquilo en tus murallas. El problema con esto, es que tampoco sientes gran cosa. Has abandonado la esperanza en el amor en la mazmorra de tu castillo. Allá, en la oscuridad, donde nadie la ve ni a nadie le importa. Excepto, quizás, a la persona que espera del otro lado de la muralla. Entonces Dios los hace y ellos se juntan, nuestro enfermo se vuelve uno más del “mercado del usado”, en donde el corazón ha quedado dañado sin remedio alguno.

¿La posible cura? Atreverse a superar el miedo. Tener los pantalones para abrir las puertas una vez más, quitarle la coraza al aparato que nos mantiene vivos, y dejar que la esperanza vea la luz del Sol. Es probable que termines con una colección de castillitos. Aunque también es plausible que los derrumbes todos y te quedes con un paraíso de paisaje sin nada medieval en él. Bueno, o quizás sólo te quede el romanticismo que pensaste perdido alguna vez.

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