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Kínder obligatorio, ¿calidad obligatoria?

Cuando nuestras autoridades ponen en primera prioridad la educación inicial, me pregunto cuándo se hablará de calidad y cuándo se discutirán las condiciones necesarias para generarla. En esa discusión las educadoras de nuestro país no pueden continuar esperando.

 

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Por Macarena Soto B., Educadora de Párvulos y asesora de intervenciones Fundación Elige Educar.

La infancia temprana es un mundo de oportunidades para el desarrollo de habilidades, capacidades y aprendizajes, que si bien podrían adquirirse en años posteriores, el proceso presentaría mayores dificultades, siendo mucho más lento y costoso.

Las investigaciones en neurociencias muestran que el cerebro humano, desde los 0 a los 3 años, alcanza el triple de conexiones neuronales que a los 20 años de edad. De hecho, evidencia empírica ha afirmado que por cada dólar bien invertido en educación parvularia se obtienen 8 dólares de retorno. Así, desde distintas disciplinas se evidencia, una y otra vez, que es precisamente en estos primeros años de vida que la educación adquiere un carácter fundamental para lograr aprendizajes de calidad en todas las dimensiones del desarrollo del niño.

Ayer se promulgó la ley que establece la obligatoriedad del kínder y, sin dejar de reconocer el avance que puede significar este paso, vale la pena preguntarse si el aumento de cobertura en este nivel podrá asegurar la calidad que merece. ¿Por qué? porque las políticas que aspiran a tener efectos positivos en la educación inicial deben garantizar la calidad de sus intervenciones. Sin calidad los efectos de una política como esta pueden incluso ser perjudiciales para nuestros niños.
Cuando se habla de calidad en la educación parvularia aparecen múltiples factores, entre otros, equipamiento, infraestructura, higiene, seguridad. Sin embargo, la evidencia nacional e internacional revela que el factor de calidad más fuerte tiene relación con los adultos a cargo del proceso educativo: La educadora de Párvulos. Su formación, su desarrollo profesional y, especialmente, las condiciones laborales en las que se desempeñan son aspectos indispensables de abordar para garantizar que el kínder obligatorio y el resto de los niveles de esta etapa entreguen realmente educación de calidad y valgan la pena.

Muchas de las que leen estas líneas son mujeres profesionales. Muchas, también, son madres. ¿Cómo esperar un desempeño laboral de calidad cuando las condiciones no son las adecuadas?; ¿cómo va a dar lo mismo continuar demandando calidad en la educación de nuestros hijos sin poner la lupa en lo que sucede en el aula de los más pequeños? Esta columna no busca defensas gremiales ni justificaciones. Preocuparnos del exceso horas lectivas, del acceso limitado a formación en el empleo, de la escasa movilidad profesional y de cómo seleccionamos y formamos a nuestras educadoras no es sino preocuparnos finalmente de las condiciones que entregamos a nuestros niños para lo realmente importante: aprender. Y esto no es tema de nosotras, las educadoras, es un tema de los padres, de las familias, del país.

Es urgente que se desarrollen políticas de selección, formación y retención para las (y aunque son minoría, los) profesionales educadores. Políticas que posicionen a los hombres y mujeres que optaron por formarse en esta desafiante tarea como lo que son: profesionales expertos en liderar el aprendizaje de nuestros niños en los años más cruciales. No “tías”, ni “guardadoras”.

Es labor del gobierno conferir garantías no sólo a los niños y a sus familias al asegurarles el acceso, sino también a las educadoras, profesionales a cargo del proceso educativo. Asegurar condiciones laborales adecuadas para los adultos es fundamental a la hora de asegurar la calidad de la educación de nuestros niños.

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