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Fumar marihuana

La volada psicodélica de Cassandra.

El otro día vi en la tele a un hombre con cara de gato, ojos biónicos y nombre extraño, que decía que fumar marihuana debería ser un derecho de todos. El sujeto era político y se llamaba algo así como Fulcio, Fuxcio o Futbolito. Bueno, la verdad es que ya ni me acuerdo de cómo se llamaba. Lo importante es que decía que uno debería tener todo el derecho del mundo a fumar pitos y los Carabineros que se aguanten.

Insólito. Ojalá se lograse. Yo andaría todo el día volada. Todo lo que se pudiese hacer volada, lo haría yo. Comería pan con mermelada de mora volada, lavaría mis calzones amarillos para el año nuevo volada, y hasta iría al supermercado volada. De hecho esta última experiencia sí que decidí vivirla. Fui y estuvo genial. Más bien freak. O más bien desde la perspectiva de la droga, estuvo genial. De hecho entré y lo primero que hice fue atreverme a poner a un buscabulla en su lugar. A un guardia de seguridad que lo único que hacía era mirarme con cara de pocos amigos.

Me tenía bajo sospecha. Como si yo realmente hubiese tenido la intención de robarle algo, cuando era más que obvio, que yo lo único que quería era pasar mi bajón de hambre tranquila. Con la mayor paz y dignidad del mundo, ¿O era mucho pedirle acaso? Al parecer sí. Al parecer sí porque el muy maldito se dejó caer, apenas me vio metiéndome el primer bocado de comida a la boca. Según él venía sólo a “inspeccionarme”.

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-¿Tal parece que hace harta hambre aquí señorita? -Me dijo y luego me clavó sus dos ojillos encima. Sus ojillos fueron como dos alfileres, lo suficientemente bien afilados, como para sacarme sangre. Pero pese a eso, igual le aclararé que seguiría haciendo lo que estaba haciendo.

-Tengo bastante hambre y seguiré comiendo. -Le dije taxativa. Y después le propiné tal cara de odio, con tanta furia concentrada en una sola mirada, que al tipo no le quedó otro remedio que escaparse enseguida. Me dejó ahí sola comiendo cecinas en un aparador. Tranquila. Engullendo, insaciablemente salame, mientras veía a toda clase de gente pasar. Gente que comúnmente no le habría llamado la atención a nadie, a mí sí me llamaba la atención, simplemente, porque los veía completamente distorsionados. La agujita de marihuana que me había fumado en la mañana, aún me seguía surtiendo efecto. No podía estar mejor. Evadida. En las nubes. Volada.

Toda la gente que veía me causaba risa. Gatillaban mis carcajadas. Las amas de casa con sus carritos, los niños llorando con sus juguetes, los viejos quejándose por las colas del pan y de los pescados. Todo. Todos. Todos ellos. Todo su murmullo permanente me causaba risa. Me reía, mientras seguía engullendo más cecinas. Eso hasta que de pronto me topé con mi propia imagen. De pronto me vi reflejada en el refrigerador de las bebidas. Me veía primitiva. Troglodita. Cavernícola. Volada. El exceso de cecinas me causó sed, abrí una de las bebidas que estaban allí. Se me chorreó entera. Mi polera blanca quedó con una gran mancha naranja.

La marihuana estaba efectivamente trasladándome. Era yo, pero al mismo tiempo no era yo. Me sentía como otra persona. Eso era evidente. Pero en vez de sentirme asustada, sentía cierta clase de relajo. La marihuana no siempre me había causado tal efecto, pensaba. En la primera oportunidad que me había atrevido a probarla, no había experimentado lo mismo, pensaba. En esa primera oportunidad todo había sido muchísimo más intenso.

Esa vez tenía quince años y estaba en una fiesta. La recuerdo. Me veo. Llevo jeans rectos azules y blusa cuadrillé. Se me ve una protuberancia desagradable en las caderas. Pienso que no nací jodida, pero que estoy jodida. Estoy jodida simplemente porque el único hombre que me gusta de esta fiesta y del mundo, cree que soy una imbécil. Una chica retrasada de frenillos. Eso me ocurre. Pienso que el mundo se va a terminar. Entonces no hallo nada mejor que ponerme a la cola de un grupo de gente que se dice “nihilista”. Esa gente se define como “nihilistas” y “pacifista”. Y yo aunque no tenga ni la más puta idea de lo que pueda significar aquello, igual me pongo a la cola. Lo único que quiero es fumar marihuana. Siento curiosidad por la marihuana. Siento curiosidad por entrar en ese estado. En el “estado” de ellos, los “nihilistas”. Me llegan dos piteadas y logro volarme.

La imagen que veo después de las dos piteadas me resulta nítida, clara. Veo un océano. Imagino que el inmenso prado donde se está llevando a cabo la fiesta, es un tremendo océano. Pienso que me ahogaré allí. Tengo tanto miedo, que llego al extremo de encaramarme en una silla y comenzar a gritar, que me ahogaré allí. Así de volada estoy. Ahora sí que todo el mundo piensa que soy una imbécil. De hecho los nihilistas piensan que soy una imbécil. Antes eran nihilistas-pacifistas, pero ahora, a causa de mi escándalo, están a punto de convertirse en nihilistas-violentistas. Quieren violentarse conmigo. Piensan que soy la típica imbécil que “pinta el mono” cuando fuma pito. Pero eso no es lo peor de todo. Lo peor de todo viene después. Lo peor de todo viene cuando termino de perder totalmente la cordura y logro cometer el acto más osado de este mundo. Voy donde el mino que piensa que soy una imbécil, y le planto un beso. Lo dejo catatónico.

Hago eso y salgo corriendo. Camino. Pero antes de cerrar la puerta, le doy un último vistazo a mi desastre. A los últimos rastros que quedan de mi desastre. Los analizo y en lo único que puedo llegar a pensar es en una cosa, es en que pese a todo, igual me seguirá gustando por siempre fumar pito.

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