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Me dan miedo los recién nacidos

Se le despertó el instinto maternal a nuestra Cassandra, averigua cómo lo recibe.

El pensamiento que me domina hoy es que no quiero ser mamá. Ayer fui a conocer al hijo recién nacido de mi vecina y simplemente me aterré. El niño era rojo y diminuto. Los muros estaban impregnados con olor a orín. Leche agria y pañal con caca. Nunca había sentido tal olor. Mi vecina tiene dieciocho años. Está embarazada porque no le gusta hacerlo con condón. Se ve como si estuviese jugando a las muñecas. Mira a su hija con una cara inclasificable. Amor y miedo. Intercala ambas caras. Mi vecina tiene miedo. Alimenta a su criaturita con su propia leche. Le duelen los pechos cuando la criaturita la succiona. La criaturita necesita mucha leche. Tanta que mi vecina guarda bastante para tener, para cuando ya de sus pechos no le sale más.

Mi vecina se llama Luciana Ramírez Ramírez como su mamá. Su mamá también se llama así. El papá de la Luciana también se fue como el papá de la criaturita. El papá de la Luciana era un hombre peculiar. Lucía como un leñador. Moreno y con cara adusta. Un día fue a comprarse sus cigarrillos y nunca más volvió. Esas son las cosas que les pasan a las Ramírez. La clásica historia de los cigarrillos. El papá de la criaturita también hizo lo mismo. Pero a la Luciana no le importa nada. La Luciana se banca a su criaturita sin llorar. Dice que lo mejor de ser mamá, es lo mucho que le crecieron las pechugas. Le crecieron como diablo. Tanto que ahora puede usar escote. La Luciana desde que se convirtió en mamá que puede lucir un gran escote.

Yo también quiero usar escote. Aunque no puedo porque mi cuerpo me lo impide. Soy plana como tabla. Nadie podría lucirse siendo así. La Luciana ahora se ve como la Marlen Olivarí. A veces sale a la calle sólo para contonearse. Para que le vean sus pechugas. Yo también me volvería loca con un cuerpo así. Eso aunque igual odiaría ser mamá. En especial después de lo que experimenté. Tragué algo que jamás debí haber tragado.

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Llegué al refrigerador mareada. Lo abrí y encontré una leche que estaba en un envase raro. Tenía hambre. La leche parecía demasiado acuosa. Era casi transparente. Tenía hambre y era lo único que había. Eso y un charquicán en mal estado. Miré la leche y comencé a pensar en la maternidad. Pensé en lo difícil que sería ser mamá. Pensé en lo difícil que sería pensar en alguien que no fuera yo. Pensé en lo difícil que sería asumir la complejidad de un ser tan quebradizo. Pensé que los recién nacidos eran como las ramas. Podían quebrarse fácilmente. Yo definitivamente no podía ser mamá.

Era demasiado egoísta para serlo. Hay mujeres que definitivamente son demasiado egoístas o cobardes para traer niños a este mundo. Hay mujeres que les da miedo enfrentarse con criaturitas tan pequeñas. Sienten pavor frente a su fragilidad. Les da miedo que se ahoguen en la noche, les da miedo que se caigan de la cama, les da miedo que se vomiten y no puedan respirar. Pero lo que más les da miedo es que crezcan y luego no las quieran. Yo me caí de la cama varias veces. Aún conservo cicatrices. Las malditas no se borran. La Luciana definitivamente no es tan egoísta como yo. La Luciana tiene tan sólo dieciocho años. La Luciana lo está perdiendo todo. La Luciana me confesó que no quería ser mamá. La leche sigue al fondo del refrigerador. La leche está como mirándome. De pronto se me ocurre echarle Milo. La mezclo y de inmediato me la tomo. El sabor me parece algo rancio. Ya estoy arrepentida.
Quisiera no habérmela tomado. Pienso que podría estar pasada. Nuevamente pienso que no debería habérmela tomado. Mi estómago comienza a refunfuñar. Podría ser psicosomático. Llamo a la Luciana y le muestro la leche que me tomé. La Luciana comienza a enfurecerse. Mira con consternación. Se pone irracional. Aúlla como si fuera loba. Grita groserías.

Grita que la leche era suya. Grita que ahora no tiene leche. Grita que quiere acuchillarme.
-¡Por qué te la tomaste imbécil!-.Aúlla.

Y luego me explica su irracionalidad. Me explica que esa leche le costó más de una hora de dolor. Más de una hora de bombeo. La bomba con que se la saca le duele como diablo. He ahí su enojo. Nunca había visto a la Luciana tan enojada. Su leche me causa repugnancia. Más aún cuando comienza a sacársela frente a mí. Su ordeñamiento representa el lado más oscuro de la maternidad. El sacrificio de los pechos por la criaturita. La Luciana continúa sufriendo como diablo. Su bomba es tan dura que le duele. Por primera vez comienzo a sentir remordimiento. Las vacas jamás me habían hecho sentir este remordimiento. Jamás me había atormentado tanto por pensar, que detrás de cada caja de leche que consumía, existía un bovino martirizado.

La Luciana de pronto deja su bomba y se conecta a la criaturita. La criaturita chilla como animal. La criaturita se pone turnia con la leche. La criaturita mira al mundo con asombro. Mira a su mamá de dieciocho años-que pareciera que estuviese jugando a las muñecas- con asombro. Después de todo la criaturita parece tierna. Blanda y tierna. Pero no lo suficiente para lograr que yo quiera ser mamá.

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