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Carta abierta a una mujer fácil

Luciano le escribe a las mujeres que no se preocupan de cazar a un hombre para conseguir un anillo, una 4×4 o una casa de dos pisos en un suburbio urbano.

Nunca he tenido nada en contra de ti, mujer fácil. Al contrario, te admiro. Porque de partida tú no eres fácil. Eres mina, y por eso te llamaré “mina”. Mina, tú me gustas, tú me encantas. Me encanta que vayas saltando de cama en cama como coneja y que sepas hacerla. Me encanta que te quieras acostar con todos y que no tengas culpa. Porque tú de verdad que no tienes culpa, ¿Cierto? O vas a venirme a decir aquí, a estas alturas, que eres una de esas mamoncitas, cartuchonas, desgraciadas, que se acuestan con el tipo de la noche y después se dan con el látigo. No te creo. Porque si así fueras, pasaría de ti, pasaría a no respetarte nada y toda esta carta no tendría sentido. Porque yo odio a esas hueoncitas con culpa, ¿Sabes mina? Odio a esas damiselas en peligro, monjas reprimidas, mal enseñadas, que andan por la vida auto flagelándose y mezclando whisky con agua bendita, ¿qué mierda se han creído que son? Que porque uno se pega un polvo con ellas, al día siguiente tiene que andarse casando. Nada qué ver. Sexo es sexo. Y matrimonio es matrimonio. Casi siempre una mala idea.

Yo por ejemplo tuve la peor idea del mundo, mina, al haberme casado con la bruja que me casé. Con una bruja completamente diferente de ti. ¡Imagínate el pobre hueón que fui, mina! Ahora por culpa de ese matrimonio, quedé endeudado con una casa y estoy atado a una verdadera alimaña asesina, que les dice todo el día a mis hijos, que soy un “pobre infeliz”, y que más encima me he convertido en una real vergüenza como padre, ¿Puedes creerlo mina? A la mierda. Ojalá que tú no seas así. Ojalá que tú no seas como la alimaña asesina de mi mujer. Porque las mujeres ya no pueden seguir utilizando- de esa manera- a los hombres, ¿Qué onda es esa del Domingo 7, mina? Me lo poedes explicar tú. Me puedes explicar tú qué mierda significa, que tú un día te acostuestes inocentemente con una loca curao´ y al mes siguiente la loca venga a decirte a tu propia casa: “Ay, me atrase, ups, se me olvidó la pastillita, y ahora teni que aperrar no más porque o si no te acuso con mi papá.” Qué cresta les pasa, qué acaso ahora no se dan cuenta que el mundo ya no es la puta huea conservadora que ellas conocieron. ¿Qué acaso no se dan cuenta de eso?

No, si no se puede vivir así, mina. Y por eso me gustas tú, porque vas a todas y después no lloras. Porque eres como yo. Porque tienes el cuero duro y sabes perfectamente bien que en la vida hay que saber guardarlo dentro y llorar después. Porque finalmente nada te mata. Ni tu jefe re conchasumadre, ni las movidas asquerosas de una alimaña asesina, ni tampoco la vocecita patética de tu suegra que te odia. Porque tú, mina, no eres así, tú tienes la dignidad de la calle. De la que sabe, de la que se estrella, una, dos, tres, y cuatro mil veces con la misma piedra y resiste. Porque yo sé que si te invito un día a tomarte un traguito, vas a tomar a la par que yo, y después te vas a acostar conmigo sin problemas. Simplemente porque vas a estar igual de caliente que yo, y porque finalmente, el mundo se puede acabar mañana, y si no tenemos relaciones hoy, capaz cabrita, que no nos veamos nunca más en la vida, y no tengamos relaciones jamás. Y quedarse con la bala pasada, eso sí que no, eso sí que no existe, ¿Cierto? Así piensas tu y así pienso yo. Por eso te respeto tanto, mina. Por eso no me importa lo que piensen mis amigos de ti. Mis amigos te consideran lo peor, te consideran plato de segunda mesa. Fácil. Puta. Calzón suelto. Están seguros de que si se las sueltas a ellos a la primera, es porque se las vas a soltar a todos después. Y uno de eso -me dicen ellos- “perrito, lindo, ya no se fía…”

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Porque aunque tú no me lo creas mina, a esos tarados les gustan las mujeres completamente diferentes de ti: las mamonas, las que se hacen las difíciles, las que andan por la vida haciéndose las moscas muertas, y después te chupan hasta el tuétano. Esas les gustan, mina. Las niñitas bien, las de su casa, las que hornean quequitos con su mamá, y después se casan contigo y te cagan con el perro, el 4X4, la chorrera de hijos que tú nunca pediste, el césped perfecto, las vacaciones en Miami y la casa de dos pisos blanca. La casa que nunca te va a dejar de cargar. Esas mujeres les gustan. Las que si uno les muestra un condón se asustan, se aterran, lloran. Lloran porque “cómo es posible que tu hayas pensado eso de mí”. Lloran porque ellas en su puta vida le han puesto un condón a alguien y por eso “les da cosa porque puede ser muy feo”. ¿Pero qué tiene de feo? Me pueden explicar a mí, ¿Qué acaso es más bonito aparecer nueve meses después con el Domingo 7 y cagarse al pobre hueón en tribunales?

Por eso me gustas tu mina, porque no hueveas. Porque me pones el condón feliz y porque si de pasadita me puedes hacer un poco de sexo oral, mejor. Me lo haces igual, y no te da vergüenza. Por eso me gustas tu mina, porque a mí no me hace ni más, ni menos hombre acostarme contigo. Porque me siento bien contigo, porque puedo conocerte, invitarte a mi cama, tomar desayuno contigo después, no llamarte nunca y volver a saludarte sin culpa. Porque tu eres así, no hueveas y eso a esta altura es lo que más se agradece. Es lo que te hace absolutamente diferente de todas.

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