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El cuento de la belleza

El origen del buen gusto y de dónde viene lo que manda en el mundo de la hermosura

Estaba viendo un documental sobre la historia de unas grandes tiendas muy famosas en USA y sus visionarios dueños, cuyo éxito nacía de saber captar la verdadera elegancia. Y para ilustrar el talento y el nivel de la clientela nada mejor que unas buenas fotos de Elizabeth Taylor arropada por pieles y joyas, tantas que sólo se le veían los ojos en algunas.

Luego me tocó esperar en la antesala de un médico y gracias a la revista de cosas y casas caras vi las residencias de descanso de algunos magnates, al rey de España junto al cuerpo diplomático, a princesas y duques asistiendo a fiestas en espectaculares palacios y todo puesto ahí como máximo ejemplo de refinamiento, destacado por precioso.

Horrible todo, pero no que a mí no me guste tanto, feo de diccionario, incluyendo a la Cleopatra Liz, todo espantoso. Floreado, peludo, acristalado, aterciopelado, aleopardado, todo junto y por montones. Un mareo caleidoscópico de broches, plumas, pulseras, collares, diademas, colgantes, dorado sobre dorado. Salones y comedores que podrían provocar un ataque de epilepsia con sólo mirar los cojines.

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Entonces sale el káiser de la moda, Karl Lagerfeld, que es repelente, petulante nivel radioactivo, que odia a las mujeres y que es seguido, respetado y admirado como un genio; un señor mayor que va vestido a medio camino entre motero y cura  es considerado emblema del buen gusto, y lo más interesante y lúcido que dijo fue acerca de su gato al que adora más que a cualquier persona.

En la misma línea, sobresale por el color anaranjado de su piel, Valentino. ¿Qué te puede decir acerca de la hermosura un hombre estirado, inflado y abrasado por los rayos ultravioletas, al que tampoco le gustan demasiado las mujeres? Podríamos seguir para completar el cuadro con el gran Galliano, un pirata del Caribe famoso por su intolerancia.

Es desde la perspectiva de todos estos hombres, que se dibuja la moda dominante, lo que directa o indirectamente, define a la mujer ideal en su apariencia. Chicas de eterna juventud, delgadas al borde de la transparencia, altísimas, con la piel lisa como una loza, rígidas en el caminar y mudas. En su favor he de decir que ellos pretenden que muy pocas puedan acceder a sus vestidos. No son para todo el mundo, son sólo para los que van de safari y se impresionan al ver por primera vez gente que no bebe Evian. Lamentablemente su “influencia” llega a las tiendas y revistas de todas partes y su efecto cae como la lluvia ácida sobre todas nosotras.

Así y todo, me encanta la moda; y también el ballet y no por eso cuando llego a mi casa me pongo un traje de cisne negro… Adoro mirar esas revistas, admirar sus fotos, fijarme en los colores, los maquillajes, los zapatos, detenerme en los detalles, me fascinan los peinados, adoro los complementos, pero no me creo el cuento.

Nuestra manera de maquillarnos, de vestir, de llevar el pelo o las uñas no es sólo cuestión de lo que lo digan los demás, es importante para cada una. Es una forma de sellar nuestra identidad con algo propio, pero para ser única y no igual a esas figuras humanas inventadas, con medidas absurdas y que ganan millones por caminar.

No vamos a decir amén sólo porque la foto de Kate es tan grande que cubre un edifico entero. Ya sabemos que mientras más grande la mentira más posibilidades de que un gran número de personas distraídas la crea.

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