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Only you

La llama que enciende el amor es, muchas veces, una palabra.

Muchas personas buscan durante años un ideal difuso de media naranja. Otras en cambio saben desde siempre cómo debe ser ese otro. También he conocido gente con ideas fijas o requerimientos insalvables para que se produzca el amor. Y hay quien lo ve como algo tan difícil y complejo que directamente lo descarta. Finalmente la vida se impone de manera misteriosa y  lo que nos doblega el corazón no es nada de lo que habíamos pensado.

Hablando con unas buenas amigas, de esas que te cuentan su verdad desde el primer “salud”, nos dimos cuenta que el argumento que te lleva a dar el sí quiero, el gran paso de intentar compartir tu vida con otro, es de dudosa procedencia.

A veces las razones por las que hacemos las cosas son tan ligeras como un latido, y así de fundamentales.

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Un día alguien me dijo “siempre te voy a querer”, puede que la  circunstancia haya sido demasiado sensible, pero me conmoví sólo con la cadencia del sonido; sin cuestionar la veracidad o la probabilidad de fallo, me llené de certeza en un instante. Me bastó con imaginar que había alguien que estaba aquí, en la vida, para estar conmigo. La sola intención, tan llena de esperanza, me enamoró.

Está la pasión, debería haber correspondencia en el deseo y cierta coincidencia con el momento de la vida de cada uno. Tenemos que estar conscientes de nuestras debilidades, estar dispuestos a tanto… Pero decantado todo eso, me arriesgo a decir que el buen amor nace (y crece) de una promesa.

¿Como no caer rendidas de amor ante un  “siempre tú”?. La idea de ser única para alguien anula las barreras, hace desaparecer cualquier temor o desconfianza, disuelve toda duda, atropella al desencanto y te dispone a creer en la posibilidad de que así sea.

Ni siquiera importa si se cumple o no, pero es el comienzo. Es desde donde partir para hacerla verdad.

Puede parecer poco, antiguo, raro, inconveniente, pero no lo es.

Me costaba entender cómo algunas mujeres de mi familia se casaron con 17 años, sin apenas haber hablado con el que sería su marido, y sin embargo, convencidas de que sería hasta la muerte. Porque incluso sin ningún tipo de romanticismo, sin juramento, sin compartir anillos o cama, una promesa hecha con firmeza, basta.

Una promesa es prácticamente lo único que hace falta para empezar.

¿Y para continuar? ¡También! Son vitales. Se caerán las promesa originales; por secas o pisoteadas, pero nacerán otras con renovado verbo para el siempre tú.

Porque cuando la vida juntos no promete y el otro no te promete nada, aunque estés deseando que te dé su palabra de que está ahí, contigo, por ti, para poder decirle que tú  también tienes la voluntad de apretar su mano en señal de pacto, pero las manos no se encuentran… puede que la certeza del siempre, ahora ya sea del nunca, porque un amor sin palabra ya no es amor.

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