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De postre quiero la galaxia entera

Comerse al mundo y de postre pedir la galaxia entera.

Hubo una época (no hace mucho tiempo) en la que sólo pensaba en escapar. Tomar una maleta y empacar lo necesario: tal vez nada más un libro grande. Enorme (The Goldfinch de Dona Tartt).

También pensé en meter un traje de baño y un par de cambios de ropa. O no. Sólo sentarme a ver el mar y perderme en su inmensidad, pues en ese entonces yo me sentía muy pequeña ante una ciudad muy grande y siempre he pensado que sólo puedo sentirme pequeña, ínfima, ante la enormidad del océano. De otra manera debo de aspirar a ser medianamente humana.

En ese entonces yo tenía muchas ganas de ser alguien que en mi mente imaginaba una y otra vez. Y no era que no pudiera ser esa persona, más bien no sabía cómo empezar a serlo. Pero una cosa siempre nos lleva a otra, a veces una decisión muy pequeña, otras veces una decisión enorme.

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Así aprendí que el miedo se va a la banca y da igual lo que venga en el futuro, porque extrañamente el futuro comienza en cuanto termino de escribir cada palabra. Ahora ya es el futuro.

No sólo quería convertirme en una mujer que ya no quisiera escapar. No. Quería convertirme en alguien que no quisiera que el día acabara, que al despertar no contara las horas para regresar a la cama (aunque nunca lo hice).

Quería sentirme con una libertad inmensa de ser quien soy: olvidar mi zona de confort, volver a comenzar y recuperar esa alegría loca de querer comerme al mundo. Aunque terminara empachada. Definitivamente quería regresarme mi protagonismo.

Los cambios llegaron para quedarse y pienso en la serie de eventos que sucedieron para que el día de hoy yo le esté pidiendo al día que no se acabe, aunque sea casi medianoche. Sintiéndome tranquila y eufórica, pidiéndole a todas las lectoras que dejen todo, si es necesario, para convertirse en la mejor versión de una mismas.

De pronto, un arrebato de inspiración, propia de la falta de sueño, me hace entender el epígrafe de Cerca del corazón salvaje de Clarice Lispector. Un epígrafe del gran James Joyce:

Estaba solo. Abandonado, feliz, cerca del salvaje corazón de la vida.

Así me siento en este momento, cerca de ese salvajismo propio de aquellas que quieren comerse al mundo y de postre pedir la galaxia entera.

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