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Mujer juez

No cabe duda que si hiciéramos un círculo, las peores jueces estarían justo frente a nuestras narices.

“¿Qué es lo primero que ves cuando te ves a ti misma?” Hoy me hice esa pregunta de nuevo. Y es que a veces me asalta la curiosidad por saber; indago como una niña entre las dudas sobre mi propia existencia y lo que encuentro no es nada sencillo de descifrar.

Pienso en todas las veces que he señalado partes de mi cuerpo “imperfecto” o que “podrían estar mejor” y quizá hasta aquí sería lo que cualquiera podría denominar como una autocrítica saludable, con la que una persona es capaz de reconocer en sí misma la posibilidad de mejorar.

Sin embargo, también noto algo preocupante. Se trata de la sensación que tengo respecto a mi condición y personalidad al momento de encarar mi otra yo. Está a mi frente mostrándose tal cual. Es mi primera impresión de mí y me doy cuenta de lo poco que me conozco realmente.

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Después de verme la piel y el cuerpo, siento el deseo de ir más allá, quizá más por donde se piensa y se siente. ¿Qué percibo del mundo, de mí, de los demás? ¿Cómo repercute en mi propio reflejo?

“Debería ser un poco menos alta para usar tacones a menudo” o “todo sería perfecto si al recoger mi cabello, mi cara no se viera tan larga”. Pensamientos de ese tipo, así superficiales, son los que seguramente nos asaltan al ponemos críticas.

Pero no necesitamos un espejo, es decir, todo el tiempo –aun cuando somos incapaces de vernos físicamente—tenemos estos pensamientos corriendo a mil por hora sobre nosotras y sobre otras mujeres que a su vez los tienen con ellas mismas y otras, y así una cadena infinita llena de eslabones que poco a poco van oxidándose con su propia opinión.

No cabe duda que si hiciéramos un círculo, las peores jueces estarían justo frente a nuestras narices. Todas nos hemos fallado, apuntado, señalado, menospreciando el valor de otra mujer. Sin darnos cuenta hemos rechazado lo mismo que venimos evocando con movimientos, luchas, carteles y campañas. ¿Cuántas veces nos hemos puesto en el mismo lugar que tanto odiamos?

Desde cosas tan mínimas como la crítica sutil y el chisme de pasillo, hasta la exclusión directa, la indiferencia y la envidia. Nos hemos sujetado a los estándares para resaltar los defectos de las otras y nosotras mismas.

Mientras observo con pena mi rostro, me entristece saber lo que tantas veces ignoro, la razón a partir de la cual nace este manifiesto que hoy quiero compartirte impulsada por el corazón y el enorme amor que vibra en mi interior:

Quiero verte, mujer, fuerte y orgullosa de ser lo que eres; de tu edad, tu peso y tu estatura. Pero sobre todo de tu intelecto. Quiero sentirte convencida de todos los límites que puedes quitar del camino para convertirte en lo que deseas, porque seguramente soy parte de tu plan y porque también tienes una oscuridad a la que siempre confrontas con tu espíritu de guerrera.

Al final date cuenta de que tu alma está hecha de intuición y sabiduría. Traes contigo años de historia con grandes mujeres que antes de ti estuvieron a punto de rendirse, y gracias a su firmeza hoy estás aquí para hacer lo mismo por las próximas generaciones.

Es momento de construir un camino solidario entre mujeres, en donde nuestras manos sean imanes de bondad en los que niños y hombres encuentren suavidad. Pero para que esto sea una realidad, primero voltea a ver a las congéneres a las que alguna vez has agredido con tus celos e inseguridades.

Desde un silencio profundo, regálales una tregua y un acuerdo para volver a estar juntas en la próxima revuelta, y convéncete de el gran poder que esto implica.

¿Qué es lo primero que ves cuando te ves a ti misma? Pregúntate eso todos los días hasta que la respuesta te llene el corazón de sonrisas.

Gracias por ser, estar y compartir.

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