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Tu ego es más grande que mi paciencia

Una vez que se caen las máscaras, te das cuenta de que todo se trata de él.

Estuve ahí, escuchando atentamente. Fueron un par de horas que pasaron lentamente, cosa irónica porque se supone que cuando uno está con una persona que le agrada, los minutos vuelan.

Trataba de escucharte, de interactuar, pero lo único que lograba procesar de ese gran y extenso monólogo que parecía hubieras ensayado tantas veces, era el simple y conciso “yo”.

Seguramente, Freud hubiera estado orgulloso de que alguien ocupara esa palabra tantas veces en la misma frase, pero querido, yo no soy Freud y tampoco me interesa serlo.

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Quería saber qué hacías, a qué te dedicabas, en qué ocupabas las horas del día en las que todos solemos hacer algo. He ahí el error; fue como si hubieran liberado a la bestia del egocentrismo de su jaula, y como logró escapar, haría lo posible para que yo supiera que estaba ahí.

Lo admito, eras interesante, tenías una retórica especial realmente persuasiva. Eso te puede llegar al inconsciente, te puede predisponer a mirar a la otra persona como alguien más interesante y llamativo de lo que realmente es.

Una vez que se caen las máscaras, te das cuenta de que todo se trata de él. No hay espacio para ti, está tan ensimismado que tú ya no eres alguien con quien puede mantener una conversación, sino que un dispensador o almacén de sus apreciaciones de sí mismo.

Aburrido. Muy aburrido. Tu “yoyoísmo” no va conmigo, por más que tengas muchas cosas buenas. Me gusta conversar, saber de ti pero también quiero que tú sepas cosas de mí.

¿Cómo puede ser que tu egocentrismo te nuble tanto la mirada? Bueno, ocurre y bastante seguido. Lo único que sé es que no tengo paciencia para eso, así que voy a seguir caminando mientras dibujas corazones con tu cara en el interior.

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