Somos adictos al tiempo. Nos despertamos a cierta hora, hacemos esto y lo otro durante tantos minutos, pensamos en el pasado y el futuro, e incluso, nos preocupamos de cuánto tiempo tenemos sobre la Tierra para lograr todo eso que nos hará memorables.
A mí no me importa ser memorable. Sí, me preocupo por el futuro y he pasado varios años de mi vida pensando en lo que hice antes, pero me di cuenta de que eso es una condena y que nunca podré hacer nada para cambiarlo.
No me interesa salir en los libros de historia, ser recordada como una mujer que hizo esto o aquello. Prefiero vivir la vida y saber que el tiempo que tengo, será el preciso para justificar mi existencia. Pero, lo que sí dejé de hacer, fue entregarle la responsabilidad de mis actos a “lo que el tiempo dictará”.
Recomendados
Consecuencias de un beso no consentido: los años de prisión que piden para Luis Rubiales por caso Jenni...
Amaranta Hank denuncia que por ser actriz de contenido adulto absolvieron a Alberto Salcedo
“Ahí está pintada Colombia”: indignación por condena a la influencer Aida Victoria Merlano
En ese sentido, somos bastante cómodos. Hacemos y deshacemos, ignorando que tenemos conciencia para evitar lo que nos hizo mal antes, porque creemos que el tiempo lo curará todo, así, mágicamente.
Si le pudiéramos preguntar a Martin Heidegger sobre nuestra obsesión con el tiempo hoy, diría que, en realidad, estamos tomando demasiado en cuenta la “acumulación de momentos anteriores”, porque “la dificultad en asumir la propia finitud, es la que impide ver que el tiempo no es una sucesión de instantes hasta el infinito”.
Esa sucesión de instantes están definidas por una forma de actuar, que ya quedó en el pasado, pero que seguimos considerando parte de nosotros. Confiando en “lo infinito”, creemos que el tiempo es tan poderoso que será capaz de cambiar nuestro propio destino.
Antes de subordinarse al tiempo, la opción es hacerte cargo de él. Tu finitud permite hacer en el momento, sin esperar a eso posterior que no sabes si existirá.