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Don Jaime

Un trabajador chileno que descubrió el arte del miniaturismo

Quien no tenga buena vista no podrá apreciar los detalles de la calidad de su trabajo. Si bien los vende en un envoltorio de vidrio que hacen que parezcan relojes de arena, se comienza a sospechar que don Jaime es un maestro.

Ante nuestra incredulidad que los haga él mismo, un amigo le pregunta cuándo demora en hacer por ejemplo, ese caballero transportando una escalera. En menos de cinco minutos vuelve a trabajar la escuálida varilla de la Compañía Chilena de Fósforos. Convierte a este producto venerado por fumadores en una simpática escultura.

Cuenta que aprendió en Coquimbo, bajo el alero de un escultor, a trabajar las piedras, maderas, y todo clase de materiales. A distintos tamaños y diferentes escalas, aprendió ese mágico oficio de convertir la materia muerta, en ese soplo de vida que es una escultura. Aprendió observando. Esas fueran sus palabras. Y por alguna razón don Jaime no está esculpiendo las grandes piezas que manda a hacer el gobierno, ni es profesor de alguna prestigiosa universidad. El destino lo sentenció a vender por las calles sus pequeñas piezas, que vende a $1.500 c/u, y que de vez en cuando, caen bajo la mirada de alguien que sabe apreciar lo que hace. Aún no tiene una oportunidad en la vida.

Cuando me dijo que no tenía celular, pensé que era una especie de yogui, pero más tarde me confesó que tenía un aparato sin línea, y que cuando se le mejorara la situación iba volver a tener un número. Según él, es capaz de hacer todo tipo de muebles, y le creo. Ver cómo manejaba sus manos ante la madera, era sentir que él hubiese podido ser el mejor cirujano del mundo, con otra suerte. Lo curioso de este dato es que no hay como ubicarlo. Aún. Cuando tenga teléfono me llamará y podré compartir su teléfono, pero por mientras, si se quiere apreciar su minísculo arte en fósforos, pero por sobre todo conocer a un gran personaje, hay que buscarlo en estos barrios cercanos al Mapocho.

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