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Es difícil escribir en contra de 5 estrellas

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La vida de los peces ha gustado tanto, que el fin de semana pasado me vi masticando sola mis dudas sobre la película de Matías Bize. Lo créditos finales corrían, el cine se vaciaba, unas chicas comentaban “qué mino él, se pasó”, y yo me quedaba congelada en mi butaca, tratando de averiguar qué era eso que me molestaba de la historia de dos ex, Andrés y Beatriz (Santiago Cabrera y Blanca Lewin), que se reencuentran después de 10 años.

Perdonándole la obvia metáfora del título (los peces flotan detrás de un vidrio igual que Andrés por una fiesta), descubrí que el problema de La vida de los peces es su mirada 100 por ciento masculina. El éxito y el fracaso del guión se esconde justamente en su alta testosterona. Por una hora y media vemos, nos paseamos y sentimos la realidad a través del magnético Santiago Cabrera, quien en esta película brilla como uno de los mejores actores de su generación (y deja a un Gonzalo Valenzuela, Diego Muñoz o Benjamín Vicuña como amateurs de la gran pantalla). La escuela de Cabrera no es la teleserie sino el cine americano, lo cual se agradece. Su personaje –y esto es mérito del guión- representa un tipo de hombre escaso en nuestro cine chileno, cuya masculinidad se aleja del sexo fuerte y se acerca a su realidad más contemporánea: la del tipo frágil, introspectivo, encarnación de lo piola-cool. Andrés es un hombre niño crecido que podría haber encajado muy bien en una película de Fuguet.

El problema es su objeto de deseo. Así como la cámara capta la sensibilidad de Andrés, ignora completamente la de Bea. Blanca Lewin aparece rígida, sin alma, y con una expresión sufrida demasiado teatral. Jamás se chasconea, bebe de una copa, ríe estúpidamente, dice una palabra de más y actúa con torpeza, lo cual es inverosímil para una mujer que acaba de encontrarse con el amor (perdido) de su vida, en una fiesta. Su biografía tampoco ayuda a quererla. Nunca sabemos en qué trabaja y su gran logro en la vida es tener dos hijas mellizas que muestra en la pantalla de su celular. Bea es un prototipo de mujer que no existe, salvo en la fantasía masculina de Bize, quien no hace ningún esfuerzo por darle vida.

Este déficit me bastó para alejarme de la película. De vuelta a casa recordé una gran película de ex que se cruzan tras años sin verse: Después del atardecer. Con sus exabruptos mentales, humor chispeante y sonrisa llena de nervios, la gran Julie Delpy, entregaba esa mirada femenina que pena en La vida de los peces.

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