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Nostalgia del colegio de la esquina

María José Viera Gallo reflexiona sobre la educación y los colegios “con nombre” de Santiago

La otra vez me preguntaron en qué jardín infantil tenía a mi hijo. Sin ánimos de caer en generalidades, dije: “en el de la esquina de mi casa”. “Pero cuál”, insistió la persona. “El de la esquina de mi casa”, insistí. “¿No tiene un nombre?”, dijo.

El mejor nombre para un colegio debería ser “el de la esquina de mi casa”. Así funciona en Europa y en algunas ciudades de Estados Unidos, donde los niños estudian en el recinto educacional que les corresponde por barrio. Yo misma, cuando vivía en Italia, hice la básica en una scuola a la cual me iba caminando con mis hermanas, y donde asistía desde la hija del bencinero a la de un profesional burgués, pasando por los chilenos hijos de exiliados. Es más, en esa época (los 70’s) tenía un compañero negro, Claudio, algo excepcional en la muy poco multicultural Roma.

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En Nueva York, mi hijo iba al preschool público de Williamsburg, también a pocas cuadras de mi departamento. La cuota anual me salía 20 dólares y la educación e infraestructura equiparaba la de cualquier jardín privado de Santiago. Es cierto, la mayoría de sus compañeros eran latinos, portorriqueños, dominicanos, pero “los blancos” estaban empezando a llegar.

De vuelta a Chile me encuentro con la misma realidad de siempre, o peor. Gente que sacrifica el sueldo (y el tiempo) con tal de tener a su hijo en el Saint George, San Gabriel, La Girouette, etc. Postulaciones a prekinder tan estresantes como el casting de un reality show. Conversaciones nauseabundas sobre qué colegio es mejor y por qué. Como me dijo un amigo italiano que crió a su hija en Chile: “Me vuelvo a Italia porque no quiero hablar más de colegios en las fiestas!”. Tiene razón.

Cuando algo se convierte en tema es porque no funciona. Ir a un buen colegio público debería ser tan normal como tomar agua sin cloro. Y sin embargo, los resultados de la prueba Simce (publicados ayer) nos recuerdan que vivimos en el mismo apartheid escolar de siempre.

¿Cómo romper esta segregación social si el Estado no demuestra ningún interés en hacerse cargo de la educación?

Educar debería ser tan simple. La gente lo hace complicado. Lo peor de todo es que incluso la elección del jardín infantil se está volviendo un problema. El de mi hijo, apadrinado por la JUNJI no es especialmente caro ni trendy, no se vende como alternativo ni vanguardista, ni tiene nada especial, salvo que mi hijo sale sonriendo cuando lo voy a buscar (sonríe antes de verme). El método es Montessori, que entre otras cosas le da la libertad al niño de jugar con los juguetes que quiere y aprender a descifrar el mundo a su propio ritmo.

Ya sé lo que me van decir. El problema viene después, cuando cumpla 5 años. Pero así como tengo amigos que han cambiado sus Isapre por un carnet Fonasa, conozco parejas que por primera vez están inscribiendo a sus hijos en colegios subvencionados. Sus razones no son precisamente marxistas, sino prácticas. Prefieren gastar la mitad de su sueldo en viajes que costeando un colegio ‘con nombre’; se rehúsan a cruzar todo Santiago en auto a las 7 y media de la mañana para llegar al barrio alto (que es donde casi todos los colegios particulares están); y por último, no creo que estén tan engrupidos con que un colegio le hace la vida a un niño.

El gran legado de Michelle Bachelet fue la creación de salas cunas y jardines infantiles públicos de alta calidad. No sé si éste (lo dudo) u otro gobierno logre hacer lo mismo con la enseñanza básica. Pero antes de que mi hijo de la PSU, espero ver la resurrección del anónimo y mítico colegio de la esquina.

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