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Viaje: un día en el aeropuerto

Son lugares donde puedes desde hacer tu vida hasta pasar el raro probando perfumes. (cc) Lucy Nieto

-Antes que subirme a un avión, prefiero viajar a un lugar cercano (no más de 200 kilómetros) porque así me puedo ir en bus, en un auto compartido, en bicicleta (con muchas paradas en el camino) e incluso caminando, todo esto porque el avión es el medio de transporte que más destruye el planeta porque deja una huella de carbono tremenda. Pero por estudio, seminarios y clases, me ha tocado ir a lugares donde es imposible llegar a pie y entonces he conocido algunos aeropuertos del mundo.

Pasajero en tránsito

Son todo un mundo. Uno paralelo, donde la hora es la del lugar en que está, pero es también la de todos los pasajeros en tránsito. Es la que ellos tienen en su país y la del lugar al que van. Es el edificio donde puedes encontrar más baños juntos y donde hay desde McDonald’s hasta chocolaterías finas. Puedes perfectamente hacer tu vida en esos lugares como hace Tom Hanks en La terminal. El actor interpreta a un hombre que en pleno vuelo dejó de tener país porque el lugar de donde viene, Krakozhia (ficticio), estaba en guerra y perdió así que dejó de existir. Llega al John F. Kennedy de Nueva York y no lo dejan salir a la ciudad ni volver a su país, tiene que vivir en el aeropuerto.

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Y es que realmente puedes hacer tu vida en esos lugares: en los baños hay máquinas dispensadoras de cepillos de dientes, antifaces para dormir, brillo de labios, condones y hasta de pizzas en el de Malpensa en Milán. Metes entre cinco y ocho dólares, esperas tres minutos y sale una pizza. En la zona VIP de Barajas (Madrid) hay camas con almohadas de plumas, duchas con puertas de vidrio, comida en abundancia, arreglos florales y una luz tenue para que los pasajeros duerman unas horas antes de embarcar.

El dormitorio

Como Hanks, mucha gente duerme en el aeropuerto porque tienen miles de sillones que se convierten en cama cuando tienes que esperar nueve horas por tu vuelo de Madrid a Varsovia. El problema de los sofás, es que están siempre al asecho de los viajeros, así que si te descuidas, es muy posible que lo pierdas. A mí, por supuesto, me pasó y tuve que recurrir al piso que, lamentablemente, no era alfombrado y me congelé.

Como la dureza del suelo no me dejó dormir, me fui a recorrer las tiendas que funcionan las 24 horas. Después de ese paseo nocturno y de otros varios en distintos terminales aéreos, me di cuenta que son el sitio perfecto para probar perfumes. Está tan lleno de tiendas con tester (productos para probar) que te llegas a aburrir a de probar y probar olores y cremas de todas las marcas. Siempre compro los regalos pendientes y chocolates en mis horas de insomnio.

Diferentes terminales

El de Madrid, el T4, tiene el techo de madera, el de Santiago (post terremoto) no tiene techo (el cielo falso se cayó y quedaron al descubierto todas las instalaciones eléctricas). El de Bruselas es el más caro en el que estuve: con unas amigas estábamos muriendo de hambre después de casi ocho horas viajando en los aviones de la aerolínea barata, o sea que no te dan comida. Hicimos una escala en Bélgica y dijimos acá comemos, error, todo era carísimo. Una hamburguesa mini de McDonald’s nos costó 10 euros ($7.000) y la tuvimos que partir en tres. Algo así nos pasó en el de Praga, nos sobraron coronas (la moneda de los checos) y no nos servían en España (donde vivíamos) entonces con la Jesu dijimos compremos algo acá. Otro error, nos alcanzó a penas para un coyac (un dulce en palo).

Conozco once aeropuertos, nacionales e internacionales. Unos muy modernos y llenos de guiños arquitectónicos como el de Barcelona y otros en el que las maletas las tiraban al piso y la gente tenía que pelear por la suya (el de Calama en 1998). De todos, al que le tengo más cariño es el de Santiago, a pesar de que tiene pocos baños y casi no hay bares para pasar el rato. El que más me gusta es el de Buenos Aires (Ezeiza), aun que sea viejo, desordenado, oscuro y muy azul.

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