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Una noche en la farándula chilena

Estuvimos en la final de Fiebre de Baile.

Siempre he renegado de la farándula, especialmente la chilena, pero anoche no me importó nada. Estuve envuelta de luces y celebridades criollas en el back stage del programa más popular de los últimos dos años. Fiebre de Baile. Es que ayer no era cualquier capítulo, era la final, la que medio Chile esperaba ver en vivo desde sus casas, garitas, faros, retenes o donde sea que estuviesen a las 22:00 hrs.

21:00 hrs. La previa

Llegué a las dependencias de Chilefilms. El frío era terrible y para rematar el taxista que me llevó del Apumanque hasta La Capitanía 1200 estaba de malas y me echó del auto cuando le dije que pagaría la carrera de $600 con 5 mil pesos.

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Mi amigo David, el que me acompaña siempre en mis andanzas nocturnas, es vestuarista del programa de Chilevisión así que me hizo los contactos para asistir. Di dos pasos dentro del departamento de vestuario y choqué de frente contra una muralla de músculos. Era Rodrigo Diaz que salía apurado y semidesnudo del sector vestuario. Comenzamos bien.

Me sentía extraña en ese mundo de luces y egos, principalmente por mis aprensiones y prejuicios. Me cae mal la farándula chilena por no aprovechar ni demostrar talentos, se basan solamente en líos de alcoba.

Faltaban cerca de 20 minutos para que comenzara el programa y llegó a vestuario el animador estrella del canal de Piñera. Julián Elfelbein necesitaba que su corbata no se moviera de su lugar, la solución: cinta de doble contacto. En la TV todo se soluciona con cinta de doble contacto.

Entraban y salían bailarines y participantes que se cambiaban de ropa frente al equipo, para ellos es lo más normal, a mí me dejó un poco impactada. Entre otras cosas descubrí porque le llaman potro a Iván Cabrera. Segundo acierto.
En cinco minutos más comenzaría la gran final de Fiebre de Baile. Me colé en el backstage, ahí estaban muchos de los participantes eliminados en capítulos anteriores atentos a que una cámara los enfocara para hacer gestos simpáticos -esos ridículos que se instauraron en Mekano-. Adriana Barrientos sentada en el sillón no se despegaba de su cartera, su celular, su asistente y su novio, era divertido ver como todos estos objetos la seguían a todas partes.

Estaba realmente tensa, es que ese mundo no es para mí. Para relajarme un poco me tomé un pisco sour y luego una copa de espumante. Después de eso las cosas marchaban mucho mejor.

Mientras los colados se tomaban unos tragos y comían sushi, los participantes no paraban de ensayar los pasos en el pasillo. Muy mateos ellos. Giannela Marengo es muy esforzada y no sé de dónde saca fuerza para ensayar durante las tres horas que dura el programa y luego salir hacer sus presentaciones.

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