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Zona libre de niños

“La lógica haría pensar lo contrario, pero a ratos Nueva York me parece un lugar más amigo de los niños que Santiago”.

La lógica haría pensar lo contrario, pero a ratos Nueva York me parece un lugar más amigo de los niños que Santiago. Un breve ejemplo:

Estábamos en un expo. Había mucha gente a nuestro alrededor. El champaña y las pataletas de mi hijo empezaban a ser una mala combinación. Todos conversaban entre sí de asuntos que suelen animar este tipo de eventos –proyectos artísticos, ufff, lo lindo de tal o cual abrigo, el infernal tráfico de las 7 de la tarde- mientras yo intentaba hacer lo imposible: beber un sparklyng llamado Party People y sostener a mi hijo de casi 3 años en brazos. El muy pillo no quería ver el mundo desde una baja altura y si no lo consentía se ponía a rodar por el piso como si estuviera teniendo un ataque de exorcismo. Al cabo de un rato, sudar y chorrearme era lo mínimo que me podía pasar (el chiquitín pesa 15 kilos), y no era sorprendente que nadie quisiera dirigirme la palabra.

¿Dónde están los demás niños de la ciudad? gritaba para mis adentros, ¿por qué soy la única acompañada de un mini-yo? Los lapsus, ocurren. Y yo olvidaba que pasadas las 8 de la noche, rara vez los niños salen de sus casas. Nanas y abuelos velan por su cuidado (o encienden la tv?) relegándolos al submundo infantil. Los padres, al fin liberados, se divierten solos.

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