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Amigo Secreto en la oficina (Parte II)

Lee la nueva columna de Javier Ramos.

Mientras escribo esta columna me tomo el tercer antiácido de la mañana. Lo que pasa es que anoche finalmente tuvimos la fiesta de Navidad en mi trabajo. Y claro, tal como me lo temía, la cosa fue terrible.

Al final el asunto fue en la casa de una de los gerentes de la empresa –y no en el bar karaoke de Bellavista-, que gentilmente prestó su hogar para el evento ya que –según ella- tenía problemas para conseguirse a alguien que cuidara de sus dos hijos (es separada). Ahora bien, más que eso, me da la impresión que sólo quería ahorrarse el manejar con unas copas de más de vuelta a su casa que, digámoslo, queda bastante lejos del centro, en uno de los tantos nuevos suburbios que rodean Santiago.

La organización del evento fue prácticamente ostentosa. Se encarpó parte del pequeño patio, se contrató a una banquetera con mozos para el cóctel y a un –supuesto- maestro asador para hacerse cargo de la parrilla. Pero lo peor de todo fue que no nos libramos del bendito Karaoke, ya que la dueña de casa se preocupó de instalar su gigantesco televisor de última generación en medio del patio, conectado a un computador que tenía todas las canciones que uno pudiera imaginarse.

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Con este escenario en frente, está clarito cómo se dieron las cosas durante la tarde-noche. Llegamos poco antes de las ocho, tras mamarnos un taco de aquellos e incluso perdernos en una autopista, y fuimos atacados por los mozos con un regadísimo cóctel. En eso estábamos cuando llegó la orden de intercambiar regalos. El asunto demoró casi media hora. Mal que mal, éramos alrededor de sesenta personas. Afortunadamente, el tipo de contabilidad al que le regalé una botella de Carignan resultó ser un amante del vino, así que todo bien. ¿Qué recibí yo? Una agenda, más bien feita, de manos de una de las recepcionistas de la oficina. A todo esto, ¿Quién usa agenda (de papel) a estas alturas del partido?

Tras este ritual, pasamos a sentarnos y comenzó el segundo ataque de la noche. Los trozos de carne, ensaladas y botellas de vino tinto no dejaron de llegar a las mesas prácticamente durante dos horas. Fue una verdadera bacanal. Todo rico y abundante, hay que reconocerlo. Sin embargo, luego del postre de rigor se dio por iniciada la jornada de Karaoke y en ese momento, buena parte de la concurrencia, simplemente se volvió loca. Todos corrieron a ponerse cerca del gran televisor y se pelearon por cantar temas de Elvis, Camilo Sesto, Juan Luis Guerra, Joan Manuel Serrat y hasta Lady Gaga.

¿Qué hice yo? Tomar distancia de este espectáculo e instalarme hacia el final del patio junto a un par de compañeros más, conversando en lo que vendría a ser la barra del evento. Y así nos dieron las cuatro de la mañana, con un montón de alcohol en la sangre, lo que me obligó a compartir radio taxi –no sin antes discutir bastante al respecto- con estos empedernidos automovilistas.

Y así estoy ahora, con una resaca horrible escribiendo. Menos mal que ya va quedando menos para que termine esta jornada (sólo trabajaré medio día). Y bueno, menos también para que termine el año y todas estas putas fiestas.

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