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Todos contra Rafael Araneda

¿Quién se enoja esta noche con él?

En sus ya más de quince años de carrera televisiva, este conductor se ha caracterizado por cultivar un perfil muy amistoso y pacífico. Nunca una mala cara con su público, nunca un juicio demasiado categórico acerca de un colega o artista, jamás una definición política importante. Obviamente, todo esto, delante de las cámaras. En otras palabras, nunca se ha “mojado el potito”.

¿Cuál ha sido la consecuencia de esta actitud? Que su ascenso profesional en televisión –desde prensa en La Red, pasando por estelares en ese canal y luego llegando exitosamente a Televisión Nacional, para terminar ahora como estrella a Chilevisión- no se ha visto acompañado (al menos de manera pública) de demasiados odios, comentarios o intrigas por parte de sus compañeros de trabajo y el medio en general. Es más, siempre ha recibido calificativos del tipo “es un excelente muchacho”, “yerno ideal”, “marido perfecto” e “hijo cariñoso”. O sea, su diplomacia de la sonrisa fácil –que bien nutrida la tiene- y el palmoteo en la espalda ha dado sus frutos.

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Sin embargo, tras dos noches animando el Festival de Viña del Mar, nos hemos encontrado a un Rafael Araneda –como nunca en su vida- que recibe lo suyo. Primero fue Dino Gordillo y luego vino Américo. Dos pesos pesados del ambientillo nacional. Y claro, el primero ya se desdijo de sus dichos y el segundo capaz que se baje pronto. Pero el daño ya está hecho, porque las patadas que el otrora ha recibido en este inicio de semana lo ponen en evidencia de lo que es: un tipo con una importante cuota de poder dentro de la televisión chilena. Claro, no tanto como la de los ejecutivos que dirigen los canales, pero con el poder suficiente –al menos- para administrar ciertos grados de influencia sobre sus equipos y ciertos personajes de la industria.

Más allá de lo que haya pasado entre Araneda y Dino Gordillo y Américo, que tampoco importa tanto, sí es importante que personajes como Araneda comiencen a trasparentarse aunque sea mínimamente. Porque hay que decirlo, para llegar a ser un animador de renombre en el medio nacional y con incluso cierta proyección internacional, no se puede llegar a esa instancia profesional sin arrastrar con –al menos un par de muertos en el camino y uno que otro enemigo declarado.

Porque la televisión es como la vida. Hay que ponerle la pata encima a los enemigos y pegar codazos para avanzar. Los honestos, los justos y buenas personas avanzan, pero no llegan a la meta. Como en todos lados nomás.

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