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Actitud ZAZEN

Mº José nos cuenta cómo afrontó la situación de contarle a su hijo que existen los terremotos.

-¿Qué es eso? –pregunta mi hijo (yo y AJ estamos sentados en las escaleras de la casa y un leve movimiento sacude paredes y ventanas)
-Ehhh…(sigue temblando, ahora las ventanas suenan)
-Mamá, ¿qué es eso?
-El viento. Sí. El viento.
-Qué susto el viento -murmura (termina de temblar)

Lamento haberle echado la culpa al viento de la seguidilla de temblores que estos días han perturbado a Valparaíso. Pero nadie a los 3 años y medio de edad quiere saber que la tierra además de rotar, se mueve, y fuerte. Es como empezar a tenerle miedo al perro del vecino que te ladra con amor todos los días.

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Tras el terremoto en Japón, los japoneses levantaron jardines infantiles móviles para que los niños no vivieran los efectos de la catástrofe –llámese pánico a las replicas o morbo Tv mostrando caras desoladas-. La idea, explicaba un grupo de profesores, era no contaminarlos con los miedos adultos, reinstalar su rutina habitual y resguardar su derecho a la inocencia. Nadie quería ver a niños llorando en el noticiero de las 9 (como ocurrió hasta la explotación más burda con el Zafrada, ese niño símbolo del terremoto en Chile que terminó abriendo el Festival de Viña). Los kodomotachi tenían que volver a sus tareas habituales, es decir a jugar como si la tierra fuera de plumavit, reír en medio de una sacudida, creer que tenían una casa cuando no la tenían.

El “aquí no ha pasado nada” japonés no es ni hipocresía o autonegación. Obedece a la milenaria tradición budista zen que busca desprenderse de la realidad exterior a fin de no alterarse por sus violentos cambios, y aceptar lo que trae el día a día sin mirar el pasado ni el futuro.

Lamentablemente los occidentales creemos más en los soap opera (me gusta el nombre en inglés para decir “telenovelas”) que en buda. Todo se pone sobre la mesa, gritos y lágrimas incluidos. Los dramas se orquestan hasta la parodia. Nuestro sistema se alimenta del sufrimiento del otro retardando su pronta recuperación. Los niños, que se jodan, sobre todo si son los más pobres.

Más de una madre se ha preguntado si su hijo debe saber la verdad sobre algún hecho doloroso y de saberla, cómo contar esa verdad sin traumarlo. Recuerdo que cuando era chica, mis padres hablaban en francés en la mesa cuando no querían que yo y mis hermanas entendiéramos lo que decían (ahora que lo pienso por eso después quise estudiar francés). Eran muy poco astutos. Porque cada vez que decían “oui” yo sabía que algo malo estaba pasando. No sé cómo a los 9 años ya estaba enterada de que Pinochet era un criminal, que la bomba atómica iba a estallar en cualquier momento y que Juan Pablo II era más un actor farsante que un santo. En casa sin embargo, siempre me sentía segura, lo que significaba que a pesar de las angustias de la época, mis padres seguían protegiendo nuestro mundo infantil, versus el otro, horrible y macabro que ocurría afuera.

Nunca paro de aprender cosas de los japoneses y su última lección antisísmica, es una clase zen. Hay que aprender recoger lo que se ha caído sonriendo, como si fuera un juego, y todo pudiera volver a su lugar, sin temor a que se vuelva a caer.

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