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Me cargan los gatos

son varsas y traicioneros

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No me odien, pero no me gustan para nada los gatos. Los encuentro bonitos y todo… pero en fotos… en la vida real, no. En el pasaje donde vivo, hay una vecina que tiene al menos cuatro y siempre cagan en el pasto al frente de mi casa. Con los perros es más fácil identificar a los “culpables” ya que sólo salen cuando sus amos los dejan. Con  los gatos, imposible. Además no sé qué onda su pipí, pero es cuático el olor; el de los perros no sé, como que si mean el arbolito, pasa piola.

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Quizá es uno de los tantos miedos traspasados de mi madre, pues desde que era chica que les tengo rechazo e incluso susto. La cosa se acentuó una vez que un gato oscuro se ovilló en un sillón donde una amiga; me fui a sentar y el gato estaba ahí… ese maullido terrible me acompañará siempre. También fue notablemente espantoso cuando un gato se metió por la ventana y durmió siesta en la cama de mi mamá, botó el florero de mi pieza, con flores y agua, otra vez que el mismo gato dejó sus patitas marcadas en la pared del baño o nos dejó unos recuerdos en el patio. Siempre que mi hermano llegaba tarde, despertaba echando a los gatos que dormían sobre el capó calientito, dejando su auto meado, cagado, abollado, arañado y también “motelizado”.

O quizá me cargan los gatos porque siempre son un poco varsas; sus dueños pueden tenerle vacunas, comida, agua y una camita pero ellos siempre preferirán irse a parrandear y de pasada, cagarle los pastos o meterse a las casas de los vecinos que no tienen gato y no tienen interés alguno en tenerlo. O también porque tienen la costumbre de abandonar a quienes les dieron todo el cariño por alguien que les compró comida en lata en vez de pellets.

Igual hay episodios de mi vida en que le he dado una oportunidad a los gatos; mi prima tenía uno llamado Felipe. Felipe era una cosa blanca muy gorda y malhumorada, pero que como todos los gatos se dejaba acariciar  y hacía un ruido irreproducible por el ser humano. También me encontré con una gata especialmente peluda cuando visité a un amigo de mi hermano, su señora y su hijo en Ginebra y la gata era bastante simpática, así que le hice cariño por unos diez minutos. Craso error. La parte blanca de mis ojos duplicó su tamaño por la alergia. En ese momento, decidí que esa sería la última oportunidad que le diera a un gato.

Así que si bien, a pesar de mi rechazo he aceptado ciertos gatos única y exclusivamente cuando son buena onda y sus dueños también, me encontré razón a mí misma luego de conocer los resultados de mi examen dermatológico, que comprobó que lo de los ojos gigantes no era emoción. También soy un poco alérgica a los perros, al polvo, al choclo y al tomate, pero ese es otro cuento.

¿A ustedes, les gustan o les cargan los gatos?

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