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Aspirar a la felicidad es una utopía

¿Pesimista? No, yo diría realista.

Días atrás una compañera de trabajo me preguntaba si yo era feliz, o si al menos aspiraba a serlo. La pregunta venía precedida de una larga introducción en la que ella cuestionaba el pesimismo y escepticismo que me caracterizan, sobre todo a la hora de confiar en las personas, ya sea en términos de relaciones afectivas, laborales y –sobre todo- políticas. Y bueno, como me habló tan en serio (y no había nadie más en la sala) no me quedó otra que responderle con los pocos argumentos que se me vinieron en ese momento a la cabeza. Y más o menos lo mismo, es lo que quiero explicarles a continuación.

Sinceramente, me parece que aspirar a la felicidad total, así como razón de vida, es una pérdida de tiempo. O mejor dicho, una búsqueda inalcanzable. Porque la felicidad no existe, así de simple. El mundo y sus habitantes son de una complejidad tan grande, que pretender a que –en algún momento de la vida- todo estará bien y seremos felices, es un pensamiento sólo digno de un niño que asiste al jardín infantil. A lo más, si alguien llega a acercarse a ese verdadero limbo que –pienso- sería la felicidad total, de seguro será a costa de la infelicidad de algún pobre tipo. O de muchos. Porque la vida no es justa y nadie dijo que lo sería.

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¿A qué entonces podemos aspirar? Yo creo que lo que uno debe buscar, si tiene sentido de la realidad, es la tranquilidad. Esa debe ser nuestra mayor aspiración. Tranquilidad para vivir de manera digna, con los medios suficientes para estar sanos, criar a nuestros hijos como personas justas y tener tiempo –más allá del trabajo- para cultivarnos como personas, ya sea por medio del deporte, los estudios o el simple ocio. Probablemente, en estos últimos episodios de nuestra vida, que con seguridad serán los menos, podremos vivir pequeños momentos de felicidad. Fracciones de horas o días en que olvidaremos la pesada mochila que implica vivir y simplemente nos entregaremos a jugar, amar, reír, encontrar nuevos estados de conciencia, conocer nuevos destinos, comer o simplemente ver con satisfacción a la gente querida que nos rodea.

¿Pesimista? No, yo diría realista. Y no crean que vivo con la cabeza gacha diariamente. Todo lo contrario, este realismo y esta tranquilidad de saber que la vida es un poco más compleja que estar feliz o triste me han llevado por la vida, por más de treinta años, bastante bien. No me quejo, porque si bien soy feliz en muy poco momentos, mi existencia se desarrolla de manera más que tranquila. Con eso me es suficiente. Nada más quiero.

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