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El Ateneo y la depresión

Hasta en sus días libres Javier Ramos lo pasa mal.

Vengo llegando de Buenos Aires, en donde estuve casi quince días, en una mezcla de trabajo y descanso. Pasó que tuve algunas reuniones durante la semana, las que no pudieron agendarse todo lo seguidas que me habría gustado, así que no me quedó otra que pedir unos días libres y aprovechar así de descansar al otro lado de la cordillera.

Debo reconocer que fueron días agradables, con mucho menos trabajo que el habitual y -por lo mismo- con tiempo para el ocio. Además, tuve la suerte que un buen amigo argentino me cedió su acogedor departamento en el barrio de Retiro, ya que se encuentra de viaje en España. De esta forma, pude hacer una vida mucho más ciudadana que de turista, con rutinas que –además del descanso y las reuniones- incluyeron pasadas por el supermercado, la lavandería, el kiosco de diarios, el café de la esquina e incluso la carnicería.

Todo anduvo bien en Buenos Aires. El trabajo, las reuniones con amigos, un par de visitas al cine y el teatro, las parrillas (como siempre) y la compra de libros. Sin embargo, sobre este último punto me gustaría comentar algo. Resulta que una tarde tuve una reunión de trabajo de la que me desocupé temprano, por lo que decidí caminar un rato, ya que no tenía nada que hacer hasta la noche. Vagué sin rumbo por cerca de una hora hasta que llegué a la Avenida Santa Fé y me dí cuenta que andaba cerca de la librería El Ateneo. Decidí entonces pasar a este lugar para ver libros un rato y de paso matar el tiempo en el café que hay en su interior.

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Una vez dentro de El Ateneo compré un par de libros y me instalé a tomar un café. Mientras revisaba mis compras me puse a mirar a decenas de personas que llegaban hasta unos sillones que tiene este lugar y leían algún libro que habían sacado de los estantes. Nadie los molestaba, en verdad era algo lindo de mirar. Pero no crean que sólo había  lo que en Chile decimos “Familia Miranda”, porque durante el par de horas que estuve ahí pude ver que los mesones de pago siempre estuvieron con gente. Y ojo, era un día de semana y a media tarde. Aún así, El Ateneo se veía como un negocio y un lugar exitoso, lleno de vida.

Y claro, más allá de lo hermoso del lugar y del hecho de ver a tanta gente leyendo y comprando libros, es inevitable comparar ese panorama con lo que tenemos en Chile. Poquísimas librerías, poquísimos lectores, pobre oferta y –más encima- libros caros. Es decir, un panorama deprimente.

Sin embargo, la cosa puede ser peor. Porque, créanme que lo más malom que tenemos en Chile en este ámbito son nuestros bajísimos índices de lectura, sobre todo entre los jóvenes y en regiones. Así las cosas, si los libros bajaran de precio, tuviéramos una oferta más amplia y muchas más librerías; aún así eso no garantiza que tengamos la solidez y buena salud del mercado editorial argentino. Es triste verlo, decirlo y constatarlo; pero en materia de lectura estamos lejos, pero muy lejos de los argentinos. Y también lejos de los indicadores de muchos otros países. Una verdad dura… como para deprimirse en medio de las vacaciones.

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