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Mi experiencia: Desilusiones gastronómicas

Desde hace un buen tiempo, mis padres y yo hemos compartido la costumbre de todos los domingos salir a almorzar. Nos hemos dedicado hacer de éste un día sibarita, a recorrer el circuito gastronómico capitalino. Pero cuando coincide ir al mall con la hora de almuerzo, el circuito se restringe un poco, aunque debo reconocer que hemos evolucionado bastante bien desde el patio de comidas hasta los restaurantes y/o pubs que hay hoy, en lugares como Plaza Vespucio, Plaza Oeste, Parque Arauco, Alto las Condes y Portal de la Dehesa. Se reconoció en estos centros comerciales un nicho desmerecido, que hasta el momento solo era escasamente satisfecho por locales de comida rápida, con ofertas “tan diversas” como hamburguesas, pizzas, comida china y pollo que nadie sabía si realmente lo era.

Cuando se dieron cuenta que el chileno estaba dispuesto a gastar más por locales con atención a la mesa, carta y hasta mantel blanco, entonces no se escatimaron esfuerzos en ampliar sectores, adornarlos con piletas y pantallas gigantes, palmeras y jardines, y restaurantes con tendencias variadas. La comida china ya no era solo para llevar, sino que para disfrutar de verdaderos espectáculos (Benihana of Tokio), la clásica pizza napolitana fue superada por sus variantes con rúcula, albahaca, jamón serrano, camarones y queso de cabra (Pasta e Basta, Santa Pizza, etc.), se agregaron varios restaurantes de sushi y hasta las hamburguesas fueron destronadas por opciones más gourmet, como el Mr. Jack, y las múltiples franquicias de cadenas gringas que son clones con distintos nombres.

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Mi descarga es justamente contra una de estas cadenas, el TGI’s Friday. Me acuerdo que la primera vez que fui a uno, quedaba en Las Condes, donde hoy en día se encuentra una rescatada Piccola Italia. Este local impresionaba desde los más chicos a los ya no tanto, por su entretenida decoración, garzones con gorros raros y llenos de chapitas, música fuerte y una carta colorida con fotos de platos que hacían agua la boca. Salí del local pensando en que el pollo frito con papas fritas con cáscara y pimienta, mostaza dulce y ensalada de repollo, había sido lo mejor que me había comido en la vida. Eso sucedió prácticamente todas las veces que visité un local similar. Muero por el pollo rebozado estilo KFC con mostaza dulce y las papas rústicas con pimienta. Hasta ayer.

Ayer visité uno y fue realmente una basura. Partimos por la demora del pedido, que fue desmedida, incluso mirando otras mesas, que habían llegado después que nosotros y que ya estaban comiendo. Administradores de locales: Eso no puede pasar, es un insulto. Segundo, llegó el plato de mi papá y el acompañamiento de mi mamá y nada más. Mal. Mi papá espero un rato, pero al darse cuenta que sus fideos estaban tibios, prefirió comérselos antes de que pasaran a fríos. El plato principal de mi madre, que finalmente llegó con el mío, eran unos fierritos de camarones estilo cajún, sobre cama de lechuga y repollo, acompañado de brócolis al vapor. ¿Suena rico, cierto? Pues distaba mucho de serlo. Los camarones parecían chicle, al parecer estuvieron mucho rato al fuego. La rápida pasada por el estilo cajún no corrigió este problema. Los brócoli nunca vieron el vapor, estaban duros, hasta para mí que me gustan las verduras cocidas “al dente”.

Y mi plato, qué decir. Mi pollo rebozado estaba bueno, pero mis papas fritas eran un asco. Para empezar venían blandengues, lo que es inaceptable en una papa frita. Segundo, tenían un gusto muy malo, así que no me quedó más que sospechar que el aceite era de dudosa procedencia, o lo habían usado muchas veces para freír (condenable absolutamente). Nunca había sentido un gusto tan malo por algo frito, ni siquiera de los carritos que se ponían afuera de mi U vendiendo sopaipillas.

Queríamos salir arrancando. Aunque todavía tenía hambre para pedir un postre, no quise exponerme. Nunca más volveremos a este local, y ya le habíamos dado varias oportunidades, solo porque recordábamos que alguna vez, en un pasado no tan lejano, había sido una experiencia inolvidable para una niña, y que ahora muere tristemente como un restaurante mediocre, que subestima a su clientela y que no vale lo que cobra.

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