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Bebés presidenciales

Nuestra cultura pop está plagada de bebés famosos o hijos de famosos, que aterrizan a este mundo en formato de portadas de revistas y tabloides.

Nuestra cultura pop está plagada de bebés famosos o hijos de famosos, que aterrizan a este mundo en formato de portadas de revistas y tabloides. Pienso en fotos de culto, ya sea los impecables hijos de Kennedy jugando en los despachos de la Casablanca, pero también en un delirante Michael Jackson zamarreando su hijo desde el balcón de un hotel en Alemania. Para qué hablar de la Bolocco y su Menem junior, hoy tan vintage como poco noticioso (¿Alguien se acuerda que la fallida primera dama es madre? ¿A alguien le importa?).

No tiene nada de raro que todo el mundo, incluso los Presidentes de la República y las estrellas pop, quieran reproducirse. En nuestra súper fantasiosa prensa local abundan titulares de actrices declarando “Sí, quiero ser madre” (Sélo, suerte, ¡no sé!). Pero así como las leyes darwinianas son naturales a casi toda nuestra especie, también lo es el velo de desconfianza que provoca lo que hagan las celebridades. No es lo mismo Angelina Jolie visitando Haití que una activista gringa de una ONG haciendo lo mismo y más.

La noticia amarilla del momento sin embargo no está en nuestro continente. Tiene raíz eurotrash. Me refiero al nacimiento de la hija de Carla Bruni y Sarkozy. Después de sobre-venderse a los medios a niveles intolerables para los sobrios y poco amantes del star system como los franceses, Sarko, como le dicen al impopular presidente galo, juega a ser cool y resguardar su vida privada. Nace su hija con “la Bruni”, como llaman en Francia a esta escaladora modelo sans coulotte y el Eliseo ni siquiera publica una foto oficial. El nombre lo anuncian por el sitio oficial de la primera dama. Et alors? La reacción: a nadie le importa.

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O peor aún, nadie aplaude su súbito pudor. Mientras Le Monde y los principales noticieros se concentran en muerte de Kadhafi, y se ahorran transmisiones en vivo desde las afueras de la clínica (que aprendan nuestros patéticos canales), la prensa europea más B lanza hipótesis. Que la pareja no está simplemente limpiando su imagen, sino instrumentalizando su secretismo con un fin político. El bebé con nombre, Giulia, pero sin cara, es la última carta a jugar en unas elecciones presidenciales que ya se ven como perdidas.

Sospecho que si Piñera fuera Sarko, y lo es a su manera, las desconfianzas acá serían similares. La diferencia es que siendo el país adolescente que somos, primero pisaríamos el palito.

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