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Desde Marte: El irresistible encanto de la dislexia emocional

O de cómo las emociones pueden ser parte de un juego de dados

Hace unos dias veía por no-se-cuál ocasión una película llamada Eternal Sunshine of the Spotless Mind. Si no la conocen, deben rentarla, comprarla, hacer el stream en Netflix. Es una cinta que me parte el corazón. Pero no quiero hablar de eso, sino del personaje principal femenino: Clementine Kruczynski.

La chica en cuestión (interpretada por Kate Winslet) es lo que podemos llamar una mujer emocionalmente disléxica. Es decir, un momento está feliz y al siguiente todo es negro y tortuoso. No quiero usar el término ‘bipolar’ porque creo que se ha bastardizado bastante en el último par de años. Es impulsiva y, en sus propias palabras, una perra vengativa. Cualquier persona en sus cinco sentidos se aleja de alguien con tantos problemas emocionales.

No sé cuál de esos cinco sentidos me falla.

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En mi vida, he tenido una relación por con lo menos tres personas con dislexia emocional. Todos sus estados de ánimo se cruzaban con momentos en los que no tenían que aparecer. Por ejemplo, una de ellas me buscó pelea porque yo le había ofrecido ayuda a algunos compañeros de la universidad para musicalizar un programa de radio. No entendí jamás su reclamo de “odio que ayudes a la gente”. Otra ponía una expresión fría, plana, como de figura de cera cuando de pronto le decía algo lindo y halagador. No decía “qué lindo”, no decía “te quiero”. No decía “gracias por sus buenos deseos”. Nada. Ah, pero la misma chica podía emocionarse hasta las lágrimas por una revista o un par de zapatos.

Lo curioso es que la ficción ha captado la esencia de este tipo de mujeres con bastante precisión. Mis dos ejemplos máximos son la ya mencionada Clementine y Ramona Flowers, en la interpretación de Mary Elizabeth Winstead en Scott Pilgrim vs The World. Ambas, curiosamente, cambian de color de cabello varias veces en el transcurso de sus historias. Ambas huyen de un ex al que desprecian. Ambas tienen reacciones que no son las más estándar ante situaciones que implican enfrentar sus propios sentimientos. Lo que les decía, lloran cuando deberían reír, se enojan cuando deberían sentirse bien y gritan en momentos insospechados.

No sé cuál es el atractivo para mí en ese tipo de actitud. Lo juro. Hubo momentos en cada una de las relaciones en los que me preguntaba “¿qué demonios hago aquí?”. Luego lo olvidaba, lo descartaba, lo enterraba bajo tres toneladas de explicaciones inventadas y justificaciones idiotas. Lo más sorprendente y misterioso es que nunca supe cómo le hice para encontrarme a tres de la misma especie en lugares completamente alejados uno del otro, sin que tuvieran mayores coincidencias entre ellas y sin orígenes similares. Estoy casi convencido de que soy yo quien inconscientemente busca este tipo de mujeres. Y peor, a quien le parece encantador cuando tienen alguna explosión de emociones que no puede controlarse.
Eso sí, después de la última vez, esa dislexia emocional ya me parece algo cansado y que no quiero tener en mi vida otra vez. Jamás. En serio.

Eso creo. Eso espero. Argh.

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