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India no es para todos (Parte I)

Nos eleva con construcciones tan poéticas como el Taj Mahal y luego nos deja caer en la miseria, que en esta parte del mundo cobra otra dimensión.

India sobrecoge a cada minuto y juega con los sentidos de sus visitantes. Nos eleva con construcciones tan poéticas como el Taj Mahal y luego nos deja caer en la miseria, que en esta parte del mundo cobra otra dimensión. India es increíble, bella e intensa, pero no para todos.

Con mi compañera de viaje, Anita, aterrizamos en el aeropuerto Indira Gandhi de Nueva Delhi, que nos sorprende con sus lujosas y modernas instalaciones. Es la bienvenida a esta superpotencia, que crece vertiginosamente.

Los próximos días seremos testigos de la “otra India”, esa de caos, pobreza, especias, dioses, un tráfico desquiciado, flores, rincones malolientes, inciensos y los colores más bellos que hayamos visto. Todo a un paso de lo otro.

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En Delhi, nos recibe mi amiga María Eugenia, quien vive hace tres años -junto a David, su marido español-en este subcontinente de 1.150 millones de habitantes. Tan pronto como llegamos, pone a Mustak, su chofer, generosamente a nuestra disposición.

El tráfico en la Vieja Delhi es ensordecedor, y se vuelve aún más intenso cuando nos subimos a un ciclo rickshaw -un carro arrastrado por un delgadísimo hombre en su bicicleta- ,y nos precipitamos en sus callejones, donde venden saris, especias, joyas, telas, zapatos, inciensos, comida y souvenirs, todo dividido por sectores. No es fácil desplazarse, pero vaya que vale la pena hacerlo.

Los mercados indios tientan con baratijas. Encuentro una maleta por unos 10 dólares, y Anita  se compra un sari maravilloso, hecho a medida en el Main Bazaar, lugar donde se encuentran varias hostales para mochileros.

En medio de esta caótica Vieja Delhi, está la Jama Masjid, la principal mezquita de la India, muy cerca del Fuerte Rojo, que data de 1648. Obligación es entrar descalzo como a todos los templos; los más recelosos entran con calcetines, y más de alguno, prefiere no entrar. Hombres y mujeres, no podemos mostrar piernas ni brazos, y nos entregan unas batas que han sido usadas a lo largo del día por multitudes, y que nos resignamos a vestir al atardecer. El sol se adormece mientras disfrutamos, de este oasis de calma.

El calor del día aturde, y al llegar a casa, me tumbo en la cama con el ventilador en el techo a máxima potencia, además del aire acondicionado. Es octubre y  María Eugenia insiste en que vinimos en la mejor época, cuenta que a veces hay más de 45°C y simplemente se desmaya; que el agua de la ducha sale caliente, aunque no se quiera.

En Delhi hay varios rincones que merecen una visita, como el memorial de Mahatma Gandhi, donde es posible recorrer su cuarto y su banca desde donde escuchaba los problemas de la gente. Aunque, tal vez, uno de los puntos más bellos de la ciudad sea la tumba de Humayun, que sirvió de inspiración para el diseño del Taj Mahal, situado a unas cinco horas en auto, en Agra, nuestro próximo destino.

No esperen ver paisajes en los 200 kilómetros que separan a Delhi de Agra, sí personas y más personas, casas, vacas, atochamientos, todo acompañado de bocinazos constantes. En la parte posterior de los camiones y buses se lee “Por favor, toque la bocina”, para ellos, es una forma de avisar que uno está atrás, y así evitar un accidente.

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