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Soy una mujer sobreadaptable

El problema es que esto tiene un costo personal muy grande. No quiero sonar como víctima, no malinterpreten mis palabras.

Me acuerdo cuando estaba en el colegio, cada miércoles comentábamos la Revista Ya y los síntomas de la “enfermedad de la semana”. De esa manera todas alguna vez nos diagnosticamos bipolaridad, síndrome de no sé qué, males varios, etc. Siempre era posible sentirse identificada. Cansancio, cambios de humor, dolores musculares, pero al final del día sabíamos que éramos, afortunadamente, personas sanas, que jugaban a tener algo malo, como una manera desesperada de llamar la atención.

Pero ayer, leyendo un artículo en la revista Mujer del diario La Tercera, sentí que realmente hablaban de mí. Esta vez era algo que nunca había escuchado, el “Síndrome de la Niña Buena” (Nice Girl Syndrome). Yo soy una niña buena, pero el tema principal no era ése, sino el costo que tiene la sobreadaptación y la exigencia de siempre dejar contentos a los demás, intentar nunca hacer valer tus molestias, pasarse la vida haciendo cosas que no te hacen feliz, pero ser incapaz de decir que no.

Yo tengo mi genio y me quejo, quizás tan niña buena no soy. Pero es cierto, me cuesta decir que no, me cuesta dar mi opinión sobre algo, me cuesta elegir. Pensaba que era por mi signo zodiacal. Soy libra, el equilibrio, la justicia, y la mala costumbre de intentar darle en el gusto a todos. “¿Dónde vamos?” “Donde quieras, me da lo mismo” es algo tan recurrente que se confunde con indiferencia. No es que me sea indiferente, es que creo que tener un conflicto por elegir adonde ir es absurdo. El problema de eso, es que a veces yo quiero ir a algún lugar, a veces no me da lo mismo, pero prefiero dejar mis preferencias de lado, porque creo que mi sacrificio es menor.

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Le hago el quite al conflicto. Le tengo terror a las peleas y a las discusiones, y el motivo es sencillo. Le tengo pánico al rechazo. Esa sensación ridícula de que si no me adapto, no me van a querer. Es realmente tonto, pero inevitable.

Una vez en un viaje con una amiga, me cansé de darle en el gusto en todo y dije algo que no quería hacer. Me contestó “¿Despertamos de malas hoy?”. Después de eso decidí quedarme callada. Recibir una pesadez por decir algo que yo no quería hacer por primera vez en el viaje, fue una cachetada. Me dio rabia, pero la molestia que sentí no quise sentirla más, así que la siguiente vez me tragué mi opinión. Así es más fácil.

El problema es que esto tiene un costo personal muy grande. No quiero sonar como víctima, no malinterpreten mis palabras. Yo soy la única responsable de este tema, y yo misma me saboteo. Pero el costo es que no he dedicado mucho tiempo a descubrir que quiero realmente en la vida, cuales son mis prioridades. No tengo idea. Y como también no sé decir que no, abarco y abarco tanto que termino siempre agotada, duermo mal, vivo angustiada, y la verdad es que ya no doy más.

Aún no me tomo vacaciones por varios motivos, pero en general, me cuesta pedirlas. Tengo claro lo tonto que suena esto, pero para ser bien sincera, me escudo en que los síndromes o enfermedades no se eligen, se padecen. Y aunque yo sea la única persona con el poder de salir de este encierro mental, soy mi peor enemigo. No quiero ser más la niña buena, pero no quiero perder a nadie. No quiero decir que sí a todo, pero no quiero que se enojen conmigo, quiero dejar de darle en el gusto a la gente a costa mía, pero por ningún motivo quiero arrepentirme después.

Al menos el primer paso ya está tomado. Ya sé que tengo un problema. Veamos ahora como lo solucionamos.

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