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Antología de las Femme Fatales ¿Una creación cinematográfica?

Odiadas y amadas, el arquetipo perfecto de un personaje que se balancea entre la línea de la bondad y la maldad.

Hay algo adictivo, inquietante y ambiguo en esas mujeres que se toman las pantallas y guiones del séptimo arte a mediados del siglo pasado… Su fatalidad. ¿Todas ficticias? ¿Todas moldeadas por un idealismo envuelto en las soberbias manos del cine?

Alfred Hitchcock, Fritz Lang, Billy Wilder y John Huston hicieron lo suyo en Hollywood, mientras que Carol Reed, Michael Crichton, François Truffaut y Henri-Georges Clouzot  “se pusieron los guantes de Víctor Frankenstein” en Europa y crearon el modelo de la mujer fría y calculadora. ¿Retrato o creación?

Odiadas y amadas, el arquetipo perfecto de un personaje que se balancea entre la línea de la bondad y la maldad, que utiliza sus encantos inescrupulosa y maquiavélicamente para manipular a su favor las piezas de un tablero de ajedrez que siempre terminará en un oscuro y sofisticado jaque mate. Femme Fatales, “Ídolos de perversidad”, según la descripción del profesor inglés Bram Djkstra en su libro ‘La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo’.

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En el cine negro norteamericano de los ’50, podemos encontrar fatales memorables como Phyllis Dietrischon, interpretada por Barbara Stanwyck (‘Perdición’, 1944), una mujer envolvente y astuta, cuya frialdad y voz profunda logra seducir a Walter, un agente de seguros a quien pide y convence de acabar con su marido, para luego enrostrarle un implacable: “No, nunca te he querido, Walter, ni a ti ni a nadie. Estoy podrida hasta la médula. Te utilicé, como has dicho. Sólo has sido eso para mí…”.

 “¿Te interesa saber lo mucho que te odio? Te odio de tal modo que buscaría mi perdición para destruirte conmigo”, sentencia Rita Hayworth  como Gilda, en la pelìcula homónima de Charles Vidor (1946). Una rubia sensualoide, juguete sexual de dos hombres que la tienen en su dominio. Rol que por supuesto ella logra intercambiar, explotando sus atributos sexuales guiados por una afilada inteligencia.

“¡Húndelo, húndelo!”, grita villanamente Rose Loomis en ‘Niágara’ (1953), con una Marilyn Monroe dispuesta a matar a su marido, un excombatiente con problemas psíquicos.

Y tantas otras más…

Marlene Dietrich en ‘El ángel azul’ (1930), una de las precursoras del género “Fatale”, quien además hizo historia en el cine, tras convertirse en una de las primeras mujeres en aparecer con los muslos descubiertos.

Mary Astor en ‘El halcón maltés’

Lana Turner, Clara Calamai y Jessica Lange en las tres versiones de ‘El cartero siempre llama dos veces’ , una película basada en la novela del mismo título de James M. Cain.

Kim Novak en ‘Vértigo’

Ava Gardner en ‘Los Asesinos’

Entre otras “más contemporáneas” están Kim Basinger en ‘L. A. Confidencial’, (1997) y Sharon Stone en ‘Bajos Instintos’, (1992).

Las siempre bienvenidas pelirrojas, en esta ocasión, llevadas a una perfecta caricaturización en Jessica Rabbit – la reivindicación de la Femme Fatale- en ‘¿Quién engañó a Roger Rabbit?’ (1988) y Uma Thurman en ‘Batman & Robin’ (1997).

Mujeres intensas, perversas, poderosas e infartantes; irresistibles, terribles, temibles y deseables. Una bomba de fatalidad inventada por grandes del cine, quienes quizás aburridos del “sexo débil”, el machismo y la mujer objeto, dieron a sus actrices roles cargados de poder y protagonismo. Pero que sin la inspiración de musas como Cleopatra, Elizabeth I, Juana de Arco y la mismísima seducción de Eva, -sólo por decir algunas-, esta perfecta sobredosis de progesterona, jamás se hubiera alcanzado.

 

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