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Un pedacito de mi experiencia… Trabajo y crianza

Leslie Power nos comparte un poco de su vida.

Han dejado en mi muro de Facebook la siguiente pregunta:

“Estimada Leslie, sigo todos tus comentarios y me encantas. Quisiera preguntarte cómo lo hiciste y lo haces con tu pequeño el compatibilizar tu trabajo y la crianza. ¿Qué pasa cuando tienes que viajar, cuando haces cursos y te tomas más tiempo de lo común? ¿Cuando fueron pequeños tus hijos, dejaste de trabajar? ¿Cómo hacemos las mamás que trabajamos para que el apego de los hijos no se vea afectado?”

Leo esta pregunta justo en uno de esos días en que la sombra de mi infancia toma forma, me agarra y sacude. Estaba mirando mi historia, mis hijos, mis pacientes, mis libros… estaba mirando, pegada en el verde mojado por la lluvia, ahí, afuera de mi consulta.

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Trabajo en mi casa. La pregunta da para escribir un libro. Hoy escribiré sólo un capítulo y lamento no contestar en su totalidad. No sé tampoco si soy capaz de hacerlo. La falta es parte del grupo de mis amigas.

Hace aproximadamente seis años, estaba sentada en mi consulta, en el 8° piso de un edificio ubicado en El Golf. Un edificio habitado por muchos psicoanalistas y arquitectos. Siempre estacionaba apurada el auto, más de alguna vez le pegué un toponcito, subía con libros, computador, carpetas, cuadernos en los brazos y celular en la mano y siempre se caía algo.

Corría, ponía a hervir agua y me preparaba un café mientras escuchaba los mensajes en la contestadora y prendía el computador.

Un día me senté a esperar a mi paciente y clavé los ojos en el edificio del frente. Era un día gris y frío. Prendí un cigarro, lo terminé y prendí otro. La ansiedad no se calma con café ni con cigarros, sólo se desplaza un rato. Ya lo venía intuyendo.

Pensaba que ese día se cumplía un mes más sin lograr embarazarme. Sentía que mi lugar estaba en mi casa, en mi cerro, con mis árboles, plantas y flores, cerca de mis hijos. Sentía deseos de seguir trabajando, pero cerca de los míos. En mi lugar, en mi tierra y con olor a tierra. Ese edificio no era mi lugar. No quería seguir fumando, no quería seguir corriendo. No quería “tirar” a mis hijos en la casa, para que hicieran sus cosas solos y llegar a “supervisar”. No quería eso para mi vida.

Llegó mi paciente, ventilé el humo del cigarro y eché de esos horribles olores a lavanda artificial.

Al día siguiente volví a trabajar. La misma rutina, pero era un día soleado. Entre paciente y paciente, prendí otro cigarro y miré hacia fuera. Nuevamente me visitó la angustia. La sentí, me quedé quieta y me visualicé como un canario enjaulado queriendo volar lejos de ese lugar, pero que en el intento se pega contra el vidrio de la ventana y cae al suelo desplomado.

Al otro día cancelé pacientes, salí a caminar, subí las escaleras para volver a casa y no aguanté el cansancio. Me tiré a la cama y lloré. Llamé a mi psiquiatra amigo y le dije “estoy con depresión, dame algo”. Él, juicioso, me pidió exámenes de sangre, los que revelaron un virus en la tiroides que me hacía sentir cansada, triste y ansiosa… Lástima, necesitaba antidepresivos para poder seguir funcionando y trabajar, para dejar de lado las ideas locas de la consulta en la casa y volver al sistema tal cual es, todo ser humano “normal” lo hace.

Tolerar la castración Freudiana, “El malestar en la cultura” y todo eso que sólo busca domesticarnos. Mala suerte la mía, no era depresión. Era mi tiroides haciendo de escenario de un conflicto. Debía continuar.

Además, ¿qué hacía con la neutralidad técnica que exige mi trabajo? ¿Cómo iban a llegar los pacientes a la punta del cerro? ¿Y si los niños no entendían que ése era mi lugar de trabajo y me interrumpían? ¿Qué me dirían mi supervisor, mis compañeros del post título, mi analista?

¡Qué miedo! Otro cigarro y a trabajar sin cuestionar nada. Se paralizaron mis deseos y mis ganas de ser libre.

Pasaron los meses.

Octubre fue otro mes sin lograr un embarazo.

Esto se terminó. Rompí el silencio y comuniqué a mis compañeras de trabajo que desde marzo trabajaba en mi casa. Hubo buena recepción a mis deseos. Bien.

Llegué a mi casa.

“Negro, hace tiempo que no quiero seguir trabajando, tú ya sabes de eso, ¿cierto?”

-“Sí amor”-.

“Ok, bueno, he tomado una decisión. Sobre esta parte del jardín voy a pedir que levanten mi consulta, pediré un crédito y ya … en marzo…”

-“¡ESTÁS LOCA! Cómo van a llegar los pacientes…”-. y bla, bla, bla.

“Lo haré igual, ya lo decidí.”

La consulta fue un regalo de los 2 para los 5.

Comenzaron a trabajar y en marzo de 2008, luego de trabajar toda la noche para tener lista la consulta, comencé a atender en la punta del cerro. Llegaron todos los pacientes, y empapada de los olores de mi jardín, por fin mi tercer hijo, luego de 41 semanas y media, ha nacido. El deseo encontró su camino.

Julián ya tiene 3 años y 3 meses. Trabajé desde el día 17 luego del parto, atendiendo a un paciente y luego aumentando la cantidad a medida que las tomas de pecho se fueron regularizando. Muchas veces atendí con Julián en brazos y creo que fueron las mejores sesiones que he tenido (esto da para otro capítulo).

Vivo una vida de provincia en la capital, almuerzo en mi casa y voy todos los días a buscar a los más grandes al colegio. Estamos juntos por las tardes, de las cuales trabajo dos por semana. Claro, soy un poco solitaria, pero me gusta leer y estar tranquila, y no suelo salir mucho. Esto me cae bien.

Ahora voy a intentar contestar las preguntas:

La primera ya está contestada.

¿Qué pasa cuando tienes que viajar, cuando haces cursos y te tomas más tiempo de lo común?

Cuento con mi pareja, que es un papá muy amoroso. Me conoce desde los 4 años, por lo tanto, sabe que soy intensa en mis procesos, estudiosa e inquieta. Nos acompañamos y respetamos en nuestro ser de madre y padre. Pocas veces discutimos sobre estilos de crianza, a los dos nos resulta natural la forma como nos relacionamos con los niños.

En la mayoría de los aspectos somos CORRESPONSABLES. Si él tiene que trabajar más, lo cubro, y si yo debo viajar, él me cubre a mí. Hacemos un buen equipo, aunque como todo equipo también tenemos conflictos. Mis hermanos y cercanos todos trabajan, por lo que gran tribu no tenemos.

Una señora viene a casa y nos ayuda con el orden. Y Julián desde hace 3 meses va al “jardín del cerro”, un lugar donde van 8 amiguitos vecinos con dos parvularias que contratamos entre las mamás. Va 4 horas diarias.

¿Cuando fueron pequeños tus hijos, dejaste de trabajar?

He trabajado desde adolescente. Nunca lo he dejado de hacer. El trabajo que he tenido y sus horarios han dependido de las lactancias de mis hijos. Aunque vivimos un período complejo cuando nació mi segundo hijo, mucho trabajo y magíster por parte de mi marido, por mi parte un trabajo que no me gustaba en un hospital, tres hospitalizaciones de mi hijo y una depresión postparto hicieron todo muy complejo. Recuerdo ese período como estar ambos funcionando solo para tener que pagar.

¿Cómo hacemos las mamás que trabajamos para que el apego con los hijos no se vea afectado?

El apego es una conducta que se erige en todo ser humano desde que nace y hasta la muerte. Todos buscamos proximidad, cercanía, amparo, seguridad en otro para que calme nuestras necesidades de tal manera de sentirnos bien, tranquilos y seguros. De ahí que se habla de “apego seguro”.

El trabajo no afecta necesariamente el “apego”, ni la lactancia, aunque ésta sí lo fomenta. Lo que afecta el apego es el tipo de conducta que los adultos significativos tienen hacia el niño. Es decir, cómo son las respuestas que entrega la figura de apego. De ahí que los tipos de apego se clasifican en grandes áreas y luego en más específicas: seguros, evitativos, ambivalentes e inseguros.

Existen varias formas para evaluar el tipo de apego que se establece. Ahora bien, lo importante es… estar. Pero la verdad es que no estamos, porque nos encontramos trabajando más de lo que es bueno para la salud de todos y en condiciones que no nos hacen bien.

Las madres y los hijos no tienen por qué ser excluidos del mundo social y laboral, por tanto es urgente que las nuevas madres se empoderen y luchen por la salud de todos, buscando, aportando y exigiendo a los gobiernos políticas públicas de conciliación real familia – trabajo – persona. Urgente.

Los mamíferos humanos tendemos a apegarnos en un comienzo a la madre, que es quien nos gesta, da a luz y amamanta. Luego aparecen otras figuras de apego. Lo ideal es que exista una figura principal hasta los 3 años, más o menos.

Antes de terminar quiero dejar dicho que, como muchos, no tuve una infancia ni adolescencia fáciles, ya intuyen porque me motivan tanto estos temas. Nací en la población Juan Antonio Ríos, soy hija de profesor y de una madre empleada de una línea aérea. No hemos heredado un peso de nadie y vivimos juntos con mi marido desde los 22 años. Cada uno de nosotros contaba con un auto, yo un Volkswagen escarabajo del ’80, azul, y mi marido uno amarillo. Así partimos.

Hace dos años dejé de fumar y uso la lavanda de mi jardín.

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