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El test de embarazo

Nuestra protagonista parece que tiene un pequeño problemita. Veamos que ocurre con ella en esta entrega.

Sigo escribiendo este diario a pesar de mis poquísimas posibilidades de acertar y mi incertidumbre. Y es que en este preciso momento estoy con un test de embarazo en la mano, paralizada, porque simplemente me causa pánico abrirlo. Pánico porque sé que en el minuto mismo en que lo abra, un balde de agua congelada se me vendrá encima. Mi última gran verdad se me vendrá encima: debo confesarle a este diario que tengo serias sospechas de que estoy embarazada. Un embarazo real y no sicológico. Uno que no sé cómo diablos voy a solucionar.

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No tengo idea de cómo se cuida una guagua. No sé. Para mí son tan extrañas como los insectos con más de cien ojos. Sin ir más lejos, la única criatura que he conocido realmente ha sido mi muñeca de goma. La pelada con traje celeste, que aún me mira-con un resentimiento casi ancestral- por haberla dejado botada. Y es que díganmelo por favor, ¿Qué podría ser peor que esto en mi vida? Bueno, también podría atropellarme un tren, pero aparte de eso, ¿Qué podría ser peor que estar embarazada soltera, a los veintidós años y siendo subalterna de Doña Iris? Yo creo que nada. Porque Doña Iris, mi jefa de la tienda de maquillajes, festinaría en serio con mi infortunio. Porque doña Iris me clavaría rápidamente sus dos ojillos negros pacatos y conservadores encima-tan oscuros y siniestros como ella misma-y me haría sentir como una pérdida.

Como una pobre vagabunda errática, típica de sus historias Bíblicas. Ya lo veo venir. Si estuviera efectivamente embarazada. Si este maldito test, que aún ni me atrevo a abrir, efectivamente, saliera positivo, se me quedaría viendo con desprecio y después me diría algo terrible. Algo como sus típicas sentencias con olor a pescado muerto. Me diría, por ejemplo, que jamás se hubiese imaginado un destino mejor para mí. Y luego se daría media vuelta y me dejaría sola. Alegando sola contra los insectos errantes, en medio del mostrador, con su mueca de desprecio, a mis espaldas. Y yo no podría hacer nada por evitarlo.

Sólo seguir odiándola en silencio. A ella y al maldito problema en que me encuentro metida. Porque yo sé, que aunque todavía ni siquiera haya comenzado a hacerme este test, sí estoy efectivamente embarazada. Lo sé porque cometí el improperio de acostarme, así no más, con un pirigüin desaliñado. A escondidas de la bruja de su mamá, agazapados en su pieza, en una situación para olvidar. O que al menos yo debería olvidar. Olvidar por lo rápida, inconsistente y abrupta.

Y es que él muy pirigüin no sólo se encontraba al borde del colapso nervioso, sino además, usaba unas sábanas del Hombre Araña, que a decir verdad, no eran para nada coquetas. Además daba unos grititos tan débiles como de grillos. Tan débiles como su propio performance. Porque a decir verdad, su performances, no duro ni un suspiro.

Ni siquiera dos minutos. Al nivel que inclusive hasta quede con la duda de si realmente lo había hecho. Pero a pesar de eso, sé a ciencia cierta que igual pude haberme quedado embarazada- porque ya en el colegio- la señorita de educación sexual me explicó que a pesar, de la falta de “calidad” y “cantidad”, uno igual puede terminar en la pitilla, sólo si concreta el acto. Y como yo con el flaco desaliñado, igual concreté el acto, ahora debo bancármelo. Bancarme este tormento. Porque- inclusive- cuando miró el resentimiento de mi muñeca, sé que estoy embarazada.

Y lo odio. Odio que en esta mañana, por ejemplo, ni siquiera haya podido terminarme el café, porque simplemente terminé vomitándolo todo. Un chorro asqueroso, que inclusive me daría hasta vergüenza describir aquí, salió de mi boca. Casi con la violencia del Exorcista, casi como si yo hubiese sido Linda Blair en el último trance de su posesión. Y para peor, los dos diablillos de mis hermanos, me estaban mirando incontinentes de morbo.

El par de “querubines” desagradecidos- como les dice mi mamá- me pillaron in fraganti, y no hallaron nada mejor-para aumentar mi seguidilla de infortunios- que comenzar a burlarse de mí. Insólito. No sé qué mierda voy a hacer con ellos, si esta prueba efectivamente me demuestra, que estoy realmente embarazada. Aunque aún tengo guardadas las esperanzas de que no lo esté. Aunque aún en este preciso momento, en que por fin me atrevo a abrir la bolsa del test, comienzo a hacerme ilusiones con que nada de lo que he reflexionado aquí, esté realmente pasando.

Hago pipí y pienso en eso. Mojo el test y pienso en mi vida. La vida de los demás, en tanto, sigue circulando allá afuera. Lo sé porque logro escuchar el murmullo. Al otro lado de mi ventana. Aún espero el resultado del test. Lo espero tan impaciente, como una gota transparente, que espera caer de la cornisa. Y con esa misma impaciencia el blanco de la prueba comienza a teñirse de rosado, luego de rojo, hasta que de pronto, se dilucida el resultado. La raya negativa y el alivio. El alivio y la certeza de que las cosas, al menos por hoy, no tienen ninguna posibilidad de empeorar.

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